«Solamente mi siervo Caleb ha tenido un espíritu diferente y me ha obedecido fielmente. Por eso a él sí lo dejaré entrar en el país que fue a explorar, y sus descendientes se establecerán allí» (Núm. 14: 24).
Después de horas de viaje observando hermosos paisajes, llegamos a las tierras de la población indígena de los cabécares, en Costa Rica. No íbamos de paseo, íbamos a trabajar ardua y duramente a favor de esa comunidad. Mis hijos me acompañaban. Razyel, a pesar de su corta edad, sirvió a los cabécares en todo lo que pudo, y en su interior se encendió el deseo de bautizarse con ellos.
—iMamá, por favor, déjame bautizarme con los cabécares! —me pidió con un hermoso brillo en los ojos; y añadió—: Me gusta ser una sierva y una misionera de Dios.
Se me hizo un nudo en la garganta cuando mi hija bajó a las aguas del bautismo. No pude evitar pensar en las palabras que había usado: «sierva» y «misionera». Quería ser una sierva de Jesús para convertirse en misionera, y por eso deseaba entregarse a él por medio del bautismo.
La palabra griega que usa el Nuevo Testamento donde nosotros leemos «siervo» es doulous. Se refiere a la persona que está en sujeción a otra desde el punto de vista social y económico pero, empleada en el contexto del cristianismo, es una metáfora de la entrega total que una persona hace de su voluntad (su tiempo, sus talentos, sus decisiones, sus recursos) a la voluntad de Cristo, para contribuir así en lo que podamos al avance de su obra. Se trata de poner la obra de salvación por encima de nuestros propios intereses personales.
«Sierva» y «misionera»; eso que quería ser mi hija es lo que debiéramos querer ser nosotras, y serlo de tal modo que también los demás lo noten. Los siervos de Dios siempre tienen una misión que cumplir, retos que enfrentar y batallas que librar. Caleb, el ejemplo que tomamos de nuestro versículo de hoy, fue llamado por Dios siervo «por cuanto hubo en él otro espíritu». El espíritu de siervo del Señor: vivir por la fe, obrar en consecuencia y ser luz para el pueblo. El Señor lo bendijo enormemente, permitiéndole el acceso a la tierra prometida.
¿Visualizas tú nuestra tierra prometida, esa morada eterna en la que seguiremos siendo siervas de Cristo por amor? Si es así, decide cada día ser sierva y misionera.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA DAMAS 2020
UN DÍA A LA VEZ
Patricia Muñoz Bertozzi
Lecturas Devocionales para Mujeres 2020.
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