Era el 13 de abril del año 2014. El viento soplaba sobre mi rostro, secándome el sudor. Me dolían las piernas, a pesar de que me había entrenado para la ocasión. Estaba ascendiendo el cerro Chirripó, en Costa Rica, junto con un grupo de misioneros. Por diferentes atrasos, habíamos comenzado nuestra dura caminata a las seis de la tarde, y se nos había hecho de noche. Por si eso fuera poco, yo tenía dos preocupaciones añadidas: mis hijos, de cinco y siete años, quisieron ir con dos hermanas que avanzaban más rápido que nosotros, así que los perdí de vista; además, había tres mujeres de setenta años (una de ellas era mi madre), y un hombre ciego. Durante todo el trayecto, oré sin cesar.
Cuando llegamos a nuestro destino, mis hijos vinieron corriendo hacia mí con alegría. Alguien me contó que se habían perdido en una encrucijada del camino. No sabiendo qué sendero seguir, una de las mujeres que los acompañaban había orado con mi hija y, al abrir los ojos, vieron que uno de los senderos estaba lleno de papelitos de confite. Decidieron seguirlos, y eso los condujo hasta nosotros. Estamos convencidos de que fue un ángel el que puso aquellos papelitos en su camino.
Esta no es una idea descabellada; es ciento por ciento bíblica. «El ángel del Señor protege y salva a los que honran al Señor» (Sal. 34: 7). «Porque todos los ángeles son espíritus al servicio de Dios, enviados en ayuda de quienes han de recibir en herencia la salvación» (Heb. 1: 14). No te quepa duda, los fieles hijos de Dios estamos bajo el cuidado constante de los ángeles. «Mientras recorremos las sendas humildes de la vida, el cielo puede estar muy cerca de nosotros. Los ángeles de los atrios celestes acompañarán los pasos de aquellos que vayan y vengan a la orden de Dios» (El Deseado de todas las gentes, cap. 4, p. 32). Qué privilegio tan grande.
«Los ángeles del mundo de luz están cerca de aquellos que con humildad solicitan la dirección divina» (cap. 14, p. 119). «De qué peligros, vistos o no vistos, hayamos sido salvados por la intervención de los ángeles, no lo sabremos nunca hasta que a la luz de la eternidad veamos las providencias de Dios. Entonces sabremos que toda la familia del cielo estaba interesada en la familia de esta tierra, y que los mensajeros del trono de Dios acompañaban nuestros pasos» (cap. 24, p. 213). Gracias, Señor.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA DAMAS 2020
UN DÍA A LA VEZ
Patricia Muñoz Bertozzi
Lecturas Devocionales para Mujeres 2020.
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