-El libro de Números —comenzó el papá esa mañana-, menciona otro incidente importante del pueblo de Israel. Después del castigo de los diez espías parecía que ya se había calmado todo descontento, pero no, se estaba formando otro problema mayor. Coré, Datán y Abiram se rebelaron contra Moisés, pues creían que recibía privilegios que ellos querían tener. No querían que Moisés siguiera siendo autoridad sobre Israel, a pesar de que había sido Dios quien lo había puesto como líder de ellos. Poco a poco la rebelión se fue haciendo grande. Doscientos cincuenta de los hombres principales quedaron convencidos de que debía haber un cambio de líder.
-¡Qué envidiosos! —comentó Mateo.
—Yo diría, ¡qué problemáticos! —añadió Susana.
-Trataron de persuadir al pueblo de que lo que habían padecido era por la mala administración de Moisés, pues si él hubiera tomado mejores decisiones, no les hubiera ido tan mal. Coré se presentó ante Moisés y Aarón, y les echó la culpa de todo lo que les había pasado. Moisés se quedó asombrado, ni siquiera se había imaginado lo que estaba sucediendo en el campamento. Se postró ante Dios y pidió su dirección. Le respondió a Coré que al día siguiente se presentaran con sus incensarios, y que Dios decidiría. Todavía tuvieron la oportunidad de arrepentirse esa noche, pero habían llegado demasiado lejos. Al otro día, acudieron desafiantes con sus incensarios; parte del pueblo los acompañaba esperando ver su triunfo. Apartarse de lo que Dios señala conlleva resultados negativos; ya lo veremos mañana. Aprendamos la lección -finalizó el papá.
¿Sabías qué?
Murieron catorce mil personas por la plaga que siguió a la muerte de Coré.
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