El ante es una especie de ciervo, casi extinguida, que vive en las altas montañas de Europa y del Asia Central. Es famoso por su piel, que es sumamente suave, que hasta no hace mucho se la usaba para lavar autos debido a que no raya la pintura.
La habilidad del ante para trasladarse en medio de los precipicios en que vive es increíble. Cuando lo hace, la manada parece que vuela. Dan saltos de diez a doce metros de largo y de tres a cuatro metros de alto. Es de imaginar lo maravilloso que debe ser observar a esos animales de pie seguro, mientras literalmente vuelan a saltos en medio de los riscos y del vértigo de los abismos en que instalan su morada.
Al llegar la noche, la manada, que puede estar compuesta hasta por unos cien individuos, busca refugio en las montañas, tan alto como le resulta posible. Después, cuando el sol se asoma de nuevo en el oriente, la jefa de la manada, una hembra de experiencia, comienza a conducir a su rebaño de vuelta hacia el valle, hasta llegar al lugar en que empiezan a crecer los árboles.
Cuando surge algún peligro, se siente un agudo silbido e inmediatamente los miembros de la manada clavan en el suelo sus pezuñas delanteras. Entonces la jefa dirige la huida que resulta tan vertiginosa que parece que los antes se evaporan delante de los ojos. En realidad, sin embargo esa huida es perfectamente ordenada.
Los antes son un buen ejemplo de la paz y la fortaleza que a menudo ha caracterizado al pueblo de Dios cuando le ha parecido necesario o deseable residir en las montañas. Los valdenses vivían en ellas para protegerse. A menudo se nos ha dicho que en los últimos días el pueblo de Dios "huirá a las montañas en procura de seguridad. Las promesas del Señor son suras, Y él ha prometido cuidarnos particularmente en los lugares altos.
Devoción matutina
Por: Santiago A. Tucker.
«Maravillas de La Creación»
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