Mis padres me cuentan que cuando mi mamá estaba embarazada de mí, hubo una personita, miembro del departamento de Dorcas, que estuvo pendiente de ella durante el embarazo y hasta el momento en que yo nací. No la conozco en persona porque cuando tenía siete meses de edad nos trasladamos a otra ciudad, pero agradezco a Dios esos actos de bondad manifestados en mi favor. Si no logro encontrarla aquí, espero saludarla en el reino de los cielos, abrazarla y darle las gracias.
¿Cuántas de nosotras hemos disfrutado las delicias que a las hermanas que son miembros de la Sociedad de Dorcas les gusta cocinar? ¿Hemos admirado las manualidades que con sus manos elaboran o esos actos de bondad hacia los menos favorecidos? Tal vez tú has sido una de esas personas que cuando estudiabas fuera de tu casa y no tenías dinero ni comida ni dónde dormir, ellas te proporcionaron todo eso, y no solo un día, sino tal vez semanas o meses para que lograras tus objetivos de estudio. Quizás te proporcionaron la ropa adecuada para que pudieras asistir a la iglesia o a la escuela o para cubrirte del frío. Por eso me gusta pensar en ellas como las «manos que hablan». «No hay límite a la utilidad del que, poniendo a un lado el yo, permite que el Espíritu Santo obre sobre su corazón y vive una vida enteramente consagrada a Dios» (Servicio cristiano, p. 315).
Las veo y recuerdo, donde mi papá ha sido pastor, siempre dispuestas a servir, dar, reparar y visitar; sin recursos financieros o los escasos fondos que las iglesias les asignan, pero siempre ayudando. Es hermoso verlas reunirse para planear sus actividades. ¡Cómo pasarlas por alto cuando, bien uniformadas, cumplen con sus deberes en las reuniones de la iglesia!
Quiero agradecer a Dios por esas «manos que hablan», por ese servicio abnegado y desinteresado que realizan. Si existe en tu mente una de esas «manos que hablan» personificada, que hizo algo por ti, ¡qué alegría les daría recibir un gesto de tu gratitud! Puede ser que haya alguna que no asiste a la iglesia a causa de su edad o por algún problema. Esta es tu oportunidad de mostrarle tu amor. No las olvides.
¿Cuántas de nosotras hemos disfrutado las delicias que a las hermanas que son miembros de la Sociedad de Dorcas les gusta cocinar? ¿Hemos admirado las manualidades que con sus manos elaboran o esos actos de bondad hacia los menos favorecidos? Tal vez tú has sido una de esas personas que cuando estudiabas fuera de tu casa y no tenías dinero ni comida ni dónde dormir, ellas te proporcionaron todo eso, y no solo un día, sino tal vez semanas o meses para que lograras tus objetivos de estudio. Quizás te proporcionaron la ropa adecuada para que pudieras asistir a la iglesia o a la escuela o para cubrirte del frío. Por eso me gusta pensar en ellas como las «manos que hablan». «No hay límite a la utilidad del que, poniendo a un lado el yo, permite que el Espíritu Santo obre sobre su corazón y vive una vida enteramente consagrada a Dios» (Servicio cristiano, p. 315).
Las veo y recuerdo, donde mi papá ha sido pastor, siempre dispuestas a servir, dar, reparar y visitar; sin recursos financieros o los escasos fondos que las iglesias les asignan, pero siempre ayudando. Es hermoso verlas reunirse para planear sus actividades. ¡Cómo pasarlas por alto cuando, bien uniformadas, cumplen con sus deberes en las reuniones de la iglesia!
Quiero agradecer a Dios por esas «manos que hablan», por ese servicio abnegado y desinteresado que realizan. Si existe en tu mente una de esas «manos que hablan» personificada, que hizo algo por ti, ¡qué alegría les daría recibir un gesto de tu gratitud! Puede ser que haya alguna que no asiste a la iglesia a causa de su edad o por algún problema. Esta es tu oportunidad de mostrarle tu amor. No las olvides.
L. Arely Ángeles Ríos
Tomado de la matutina Manifestaciones de su amor
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