Dedíquense a la oración; perseveren en ella con agradecimiento (Colosenses 4:2).
Hace aproximadamente diez años tuve la oportunidad de formar parte de un coro. Nuestro director organizó una gira a la Ciudad de México y fuimos hospedados en un hospital. A mí me tocó quedarme en una de las habitaciones de la segunda planta. Como todo el día andábamos ocupados, no encontraba un momento para lavar mi ropa, de manera que se me ocurrió levantarme muy temprano para hacerlo. Como los tendederos estaban en la azotea y todos mis compañeros dormían, subí con cierta cautela a tender y, a la vez, con cierto temor porque estaba muy oscuro. Al llegar a la azotea comencé a tender mi ropa, cuando de pronto escuché una voz. Me asusté mucho porque no veía a nadie. Además, ¿quién podría estar a esa hora en la azotea de un edificio? Para mi sorpresa, se trataba de un alumno que hablaba con Jesús: estaba arrodillado con las manos juntas en ferviente actitud de humildad. Al ver a ese joven me sentí avergonzada porque yo no practicaba el hábito de levantarme temprano para orar. Además, pensé en los admirables padres de ese muchacho, ¡qué herencia tan hermosa le dieron! Nunca he vuelto a saber nada de él, pero estoy segura que es un hombre de éxito porque en el momento más oportuno de su vida ponía los mejores cimientos que puede tener la construcción de una vida cristiana. Muchas veces nos perdemos la oportunidad de recibir lo que necesitamos porque no pedimos. Santiago 4: 2 nos dice: «No tienen porque no piden». ¡Qué sencillo! No solo debemos orar para pedir, sino también para agradecer por lo que recibimos y conversar con el Señor. ¿Cómo te sentirías si con quienes convives solo te hablaran para pedirte algo? Creo que no sería muy placentero. Démosle el mismo trato a Jesús. Convivamos con él, platiquémosle lo que nos sucede: nuestros planes, su opinión y consejo. Cuando otras personas lo hacen con nosotras nos sentimos útiles y felices, especialmente cuando nuestros hijos se acercan. Nuestro Padre también se goza cuando sus hijos se acercan a él en oración. Démosle ese gozo a nuestro Dios.
Hace aproximadamente diez años tuve la oportunidad de formar parte de un coro. Nuestro director organizó una gira a la Ciudad de México y fuimos hospedados en un hospital. A mí me tocó quedarme en una de las habitaciones de la segunda planta. Como todo el día andábamos ocupados, no encontraba un momento para lavar mi ropa, de manera que se me ocurrió levantarme muy temprano para hacerlo. Como los tendederos estaban en la azotea y todos mis compañeros dormían, subí con cierta cautela a tender y, a la vez, con cierto temor porque estaba muy oscuro. Al llegar a la azotea comencé a tender mi ropa, cuando de pronto escuché una voz. Me asusté mucho porque no veía a nadie. Además, ¿quién podría estar a esa hora en la azotea de un edificio? Para mi sorpresa, se trataba de un alumno que hablaba con Jesús: estaba arrodillado con las manos juntas en ferviente actitud de humildad. Al ver a ese joven me sentí avergonzada porque yo no practicaba el hábito de levantarme temprano para orar. Además, pensé en los admirables padres de ese muchacho, ¡qué herencia tan hermosa le dieron! Nunca he vuelto a saber nada de él, pero estoy segura que es un hombre de éxito porque en el momento más oportuno de su vida ponía los mejores cimientos que puede tener la construcción de una vida cristiana. Muchas veces nos perdemos la oportunidad de recibir lo que necesitamos porque no pedimos. Santiago 4: 2 nos dice: «No tienen porque no piden». ¡Qué sencillo! No solo debemos orar para pedir, sino también para agradecer por lo que recibimos y conversar con el Señor. ¿Cómo te sentirías si con quienes convives solo te hablaran para pedirte algo? Creo que no sería muy placentero. Démosle el mismo trato a Jesús. Convivamos con él, platiquémosle lo que nos sucede: nuestros planes, su opinión y consejo. Cuando otras personas lo hacen con nosotras nos sentimos útiles y felices, especialmente cuando nuestros hijos se acercan. Nuestro Padre también se goza cuando sus hijos se acercan a él en oración. Démosle ese gozo a nuestro Dios.
Elizabeth Suárez de Aragón
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
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