Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engaño y comí. Génesis 3:12,13.
Preso en el acto, por tráfico de drogas, Manuel lanza un discurso duro: "Yo soy fruto de la sociedad; soy el resultado de un mundo injusto, donde a las personas solo les importa ellas mismas. Yo soy lo que ustedes me llevaron a ser. No pude escoger, no tuve oportunidades: yo no tengo la culpa".
Su discurso era fuerte y elocuente. Este mundo es egoísta; cada día que pasa, las personas se preocupan más por ellas que por su prójimo. La venganza y el odio se sobreponen al amor y al perdón. Manuel parecía tener razón.
Vivimos en un mundo en que faltan oportunidades para los jóvenes. Cada año, más y más profesionales son lanzados a un mercado de trabajo cada día más exigente. Faltan oportunidades; falta el deseo de invertir en los jóvenes. Manuel parecía tener razón.
¿Cómo condenar a muchachos que nacen huérfanos; jóvenes que viven sin un modelo a ser seguido; sin un referente paterno? ¿Cómo condenar a un muchacho que, desde sus primeros años, vive la ley de la selva en plena metrópoli? ¿Cómo condenar a un muchacho que mata, para no morir? Manuel, ¡parece que tienes la razón!
Solo que Manuel es un muchacho de clase media, en una de las ciudades más grandes del mundo. Segundo hijo de un hogar bien estructurado, siempre tuvo todo en casa: estudió en buenas escuelas; viajaba durante las vacaciones; usaba buenas ropas; frecuentaba los mejores ambientes sociales; tenía un cuarto solo para él; desde niño, tuvo su propia computadora. Si alguien tuvo oportunidades en la vida; si alguien podría hacer la diferencia en la sociedad, ese sería Manuel. ¡Ah, Manuel! Parece que ya no tienes tanta razón.
El problema es que Manuel aprendió, desde pequeño, a colocar la culpa en los demás. El ser humano siempre fue así desde la entrada del pecado: "La mujer que me diste", excusó Adán; "La serpiente que creaste", adujo Eva.
La culpa nunca es nuestra; el responsable nunca soy yo. Ese estilo de vida trae, como resultado, infelicidad, rebeldía, dolor, frustración.
Hoy, en vez de decir, como Adán: "La mujer que me diste por compañera", di: "Señor, pequé. Por favor, ¿puedes perdonarme?".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
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