¿Está afligido alguno entre ustedes? Que ore. ¿Está alguno de buen ánimo? Que cante alabanzas (Santiago 5: 13).
Hubo una etapa en mi vida en la que yo vela pasar los días de una manera muy triste. El estrés de una vida sin Cristo y el exceso de trabajo, me llevaron al deterioro de mi salud física, mental y emocional. Me atormentaba un tic nervioso, insomnio, gastritis, hipertensión arterial, además de conflictos emocionales. Postrada en la cama de un hospital naturista, comenté con mi compañera de habitación mi sentir; al verme tan agobiada, y sin poder contener el llanto, me dijo: «Ven, arrodíllate conmigo, vamos a orar». Mi esposo me internó en el hospital un día domingo. Él trabajaría a quince minutos de allí y me buscaría al final del tratamiento, diez días después. Pasaron dos días después que él me internó cuando hicimos la oración con gran fervor, y le pedimos al Señor una respuesta de acuerdo a su voluntad. Ese día, después de orar, la oración trajo una gran paz a mi corazón, enjugó mi llanto e inmediatamente dejé mi pesar y mi preocupación a los pies de Jesús. Continuamos con nuestras actividades, y media hora después tocaron a la puerta. Pregunté a mi compañera: —¿Esperas a alguien? —No, tal vez sean de la administración del hospital —respondió mi amiga. —¡Es mi esposo! —¡Hola, mi amor! Me acordé que te gusta el pan de elote y sentí muchas ganas de venir a verte y traerte uno. Sé que había quedado de venir a verte dentro de ocho días, pero no resistí la idea de verte hoy. De inmediato se despidió dándome un beso. Cuando escuchó eso mi compañera, me comentó: «¡Qué rápido responde Dios! ¿Verdad?» Había transcurrido menos de una hora después de haber hecho la oración. Entonces di gracias a Dios, le pedí que nos uniera más, y desde entonces, jamás he dudado del amor de Dios, del amor de mi esposo y del poder de la oración. Recuerda siempre: «¿Está afligido alguno entre ustedes? Que ore» (Sant. 5: 13).
Hubo una etapa en mi vida en la que yo vela pasar los días de una manera muy triste. El estrés de una vida sin Cristo y el exceso de trabajo, me llevaron al deterioro de mi salud física, mental y emocional. Me atormentaba un tic nervioso, insomnio, gastritis, hipertensión arterial, además de conflictos emocionales. Postrada en la cama de un hospital naturista, comenté con mi compañera de habitación mi sentir; al verme tan agobiada, y sin poder contener el llanto, me dijo: «Ven, arrodíllate conmigo, vamos a orar». Mi esposo me internó en el hospital un día domingo. Él trabajaría a quince minutos de allí y me buscaría al final del tratamiento, diez días después. Pasaron dos días después que él me internó cuando hicimos la oración con gran fervor, y le pedimos al Señor una respuesta de acuerdo a su voluntad. Ese día, después de orar, la oración trajo una gran paz a mi corazón, enjugó mi llanto e inmediatamente dejé mi pesar y mi preocupación a los pies de Jesús. Continuamos con nuestras actividades, y media hora después tocaron a la puerta. Pregunté a mi compañera: —¿Esperas a alguien? —No, tal vez sean de la administración del hospital —respondió mi amiga. —¡Es mi esposo! —¡Hola, mi amor! Me acordé que te gusta el pan de elote y sentí muchas ganas de venir a verte y traerte uno. Sé que había quedado de venir a verte dentro de ocho días, pero no resistí la idea de verte hoy. De inmediato se despidió dándome un beso. Cuando escuchó eso mi compañera, me comentó: «¡Qué rápido responde Dios! ¿Verdad?» Había transcurrido menos de una hora después de haber hecho la oración. Entonces di gracias a Dios, le pedí que nos uniera más, y desde entonces, jamás he dudado del amor de Dios, del amor de mi esposo y del poder de la oración. Recuerda siempre: «¿Está afligido alguno entre ustedes? Que ore» (Sant. 5: 13).
Luz María Figueroa Zambrano
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
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