Me regocijaré en favorecerlos, y con todo mi corazón y con toda mi alma los plantaré firmemente en esta tierra (Jeremías 32:41).
¿Te has preguntado alguna vez por qué a las cosas que le pones más empeño te salen mal? Pues eso mismo pensaba yo cuando inicié mis estudios universitarios. En muchas ocasiones por más que estudiaba no obtenía buenos resultados en los exámenes. Pronto me pregunté: «¿Qué pasa? ¿Por qué estos resultados si estudio lo suficiente? ¿En qué he fallado? ¿Qué estoy haciendo mal?» Sin darme cuenta analicé mi rutina universitaria, hice una evaluación de mis prioridades y descubrí el problema: no incluía a Dios en mis estudios. ¿Cómo? ¡Sola! Sin pedir a Dios ayuda cada vez que me preparaba para mis tareas o exámenes. En esas ocasiones no inclinaba mi rostro para pedir su bendición y la sabiduría que necesitaba. Así que puse en orden mis tareas diarias y supliqué la ayuda del cielo. Cada vez que me preparaba para mis tareas la oración estaba presente, ¡y vaya que funcionó muy bien! Dios respondía al pedido de mis oraciones y me ayudaba grandemente. Dios nos pide que nos esforcemos, que hagamos nuestra parte. No hará por nosotros la parte que nos toca: responsabilidad, orden, atención, todo lo que demanda un proceso de estudios. Él hará el resto. Elena G. de White dice: «Si el intelecto es colocado bajo el dominio del Espíritu de Dios, cuanto más se lo cultiva, más eficazmente puede ser usado en el servicio de Dios [...] los que, con el mismo espíritu de consagración, han tenido el beneficio de una educación cabal, pueden realizar una obra mucho más extensa para Cristo. Se hallan colocados en una posición ventajosa» (Mensajes para los jóvenes, p. 171).
La fórmula del éxito dice que:
Recuerda entonces poner a Dios en primer lugar cada mañana y no dudes nunca que responderá tus oraciones.
¿Te has preguntado alguna vez por qué a las cosas que le pones más empeño te salen mal? Pues eso mismo pensaba yo cuando inicié mis estudios universitarios. En muchas ocasiones por más que estudiaba no obtenía buenos resultados en los exámenes. Pronto me pregunté: «¿Qué pasa? ¿Por qué estos resultados si estudio lo suficiente? ¿En qué he fallado? ¿Qué estoy haciendo mal?» Sin darme cuenta analicé mi rutina universitaria, hice una evaluación de mis prioridades y descubrí el problema: no incluía a Dios en mis estudios. ¿Cómo? ¡Sola! Sin pedir a Dios ayuda cada vez que me preparaba para mis tareas o exámenes. En esas ocasiones no inclinaba mi rostro para pedir su bendición y la sabiduría que necesitaba. Así que puse en orden mis tareas diarias y supliqué la ayuda del cielo. Cada vez que me preparaba para mis tareas la oración estaba presente, ¡y vaya que funcionó muy bien! Dios respondía al pedido de mis oraciones y me ayudaba grandemente. Dios nos pide que nos esforcemos, que hagamos nuestra parte. No hará por nosotros la parte que nos toca: responsabilidad, orden, atención, todo lo que demanda un proceso de estudios. Él hará el resto. Elena G. de White dice: «Si el intelecto es colocado bajo el dominio del Espíritu de Dios, cuanto más se lo cultiva, más eficazmente puede ser usado en el servicio de Dios [...] los que, con el mismo espíritu de consagración, han tenido el beneficio de una educación cabal, pueden realizar una obra mucho más extensa para Cristo. Se hallan colocados en una posición ventajosa» (Mensajes para los jóvenes, p. 171).
La fórmula del éxito dice que:
ESFUERZO HUMANO + PODER DIVINO = ÉXITO
Recuerda entonces poner a Dios en primer lugar cada mañana y no dudes nunca que responderá tus oraciones.
Kendy Cruz Grajales
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
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