Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso. 2 Crónicas 26:16
Un joven sagaz, fuerte, valiente, comprometido, prometedor; así era conocido Uzías a la edad de dieciséis años. Todavía era muy joven, pero ya había heredado el trono de Amasias su padre.
La Escritura dice que Uzías hizo lo que era justo y bueno delante de los ojos de Dios y fue altamente bendecido. Hizo huir a los filisteos, reconstruyó las torres de Jerusaién y entrenó a más de trescientos mil hombres, que estaban listos para luchar con destreza e inteligencia en cualquier batalla.
Pero esta historia de éxito dio un drástico giro. Cuando Uzías llegó a ser fuerte y poderoso, también se llenó de orgullo. Esto es lo que tristemente sucede en la vida del ser humano. En la mayoría de los casos, el orgullo viene persiguiendo al éxito y, como seres humanos, terminamos siendo recordados más por el orgullo desarrollado que por el éxito alcanzado.
Lo anterior no indica que el éxito sea peligroso y que no debamos buscarlo. Lo que quiero decir es que debemos ser cuidadosos cuando hemos tenido la bendición de alcanzar el éxito en cualquier empresa. De hecho, Dios quiere que sus hijos fieles sean triunfadores. Es más, dio la fórmula para alcanzar el éxito en «todas las empresas» (Jos. 1: 5-9). Además, el «varón que no anduvo en consejo de malos ni en silla de escarnecedores se ha sentado» (Sal. 1:1) tiene como resultado natural la bendición de que «todo lo que hace prosperará» (Sal. 1: 3).
Los grandes triunfadores de Dios son José y Daniel. El éxito es herencia natural de aquellos que son «benditos de Jehová». El problema es que existe un grave defecto humano: el deseo escondido de exaltarse a uno mismo. El orgullo es una infección que está latente en todo corazón humano, incluso en el corazón de los cristianos. Lamentablemente, con cualquier problema que baje las defensas espirituales se desarrolla la infección. El resultado es un corazón necio lleno de orgullo.
Es lo que le pasó al rey Uzías, que se enalteció para su ruina. Y lo mismo puede ocurrimos a nosotros, si no tenemos cuidado. ¿Recuerdas cómo, en la ceremonia del triunfo en la antigua Roma, al general victorioso se le susurraba al oído, entre las aclamaciones, «Recuerda que no eres más que un hombre»? Nunca olvides esta verdad. Todo el éxito pertenece a Dios. Tú y yo no somos más que seres humanos.
Tomado de la matutina Siempre Gozosos
Un joven sagaz, fuerte, valiente, comprometido, prometedor; así era conocido Uzías a la edad de dieciséis años. Todavía era muy joven, pero ya había heredado el trono de Amasias su padre.
La Escritura dice que Uzías hizo lo que era justo y bueno delante de los ojos de Dios y fue altamente bendecido. Hizo huir a los filisteos, reconstruyó las torres de Jerusaién y entrenó a más de trescientos mil hombres, que estaban listos para luchar con destreza e inteligencia en cualquier batalla.
Pero esta historia de éxito dio un drástico giro. Cuando Uzías llegó a ser fuerte y poderoso, también se llenó de orgullo. Esto es lo que tristemente sucede en la vida del ser humano. En la mayoría de los casos, el orgullo viene persiguiendo al éxito y, como seres humanos, terminamos siendo recordados más por el orgullo desarrollado que por el éxito alcanzado.
Lo anterior no indica que el éxito sea peligroso y que no debamos buscarlo. Lo que quiero decir es que debemos ser cuidadosos cuando hemos tenido la bendición de alcanzar el éxito en cualquier empresa. De hecho, Dios quiere que sus hijos fieles sean triunfadores. Es más, dio la fórmula para alcanzar el éxito en «todas las empresas» (Jos. 1: 5-9). Además, el «varón que no anduvo en consejo de malos ni en silla de escarnecedores se ha sentado» (Sal. 1:1) tiene como resultado natural la bendición de que «todo lo que hace prosperará» (Sal. 1: 3).
Los grandes triunfadores de Dios son José y Daniel. El éxito es herencia natural de aquellos que son «benditos de Jehová». El problema es que existe un grave defecto humano: el deseo escondido de exaltarse a uno mismo. El orgullo es una infección que está latente en todo corazón humano, incluso en el corazón de los cristianos. Lamentablemente, con cualquier problema que baje las defensas espirituales se desarrolla la infección. El resultado es un corazón necio lleno de orgullo.
Es lo que le pasó al rey Uzías, que se enalteció para su ruina. Y lo mismo puede ocurrimos a nosotros, si no tenemos cuidado. ¿Recuerdas cómo, en la ceremonia del triunfo en la antigua Roma, al general victorioso se le susurraba al oído, entre las aclamaciones, «Recuerda que no eres más que un hombre»? Nunca olvides esta verdad. Todo el éxito pertenece a Dios. Tú y yo no somos más que seres humanos.
Tomado de la matutina Siempre Gozosos
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