Ella dijo: «Ninguno, Señor». Entonces Jesús le dijo: «Ni yo te condeno; vete, y no peques más». Juan 8:11.
A mí me fallan una vez y ahí termina todo». Así se expresaba una dama hablando de la posibilidad de que algún día su esposo le fallara. Ese espíritu de no .dar una segunda oportunidad al que comete un error prevalece entre esposos, amigos, miembros de iglesia e instituciones. El lema es: «Si fallaste, no esperes más». Es un consuelo pensar que Dios no es así. Dios es el Dios de la segunda oportunidad.
Dios demostró en la cruz del Calvario el amor verdadero, que alcanza a quienes ya agotaron toda oportunidad y toda paciencia humana. El drama de la mujer sorprendida en adulterio nos enseña una gran lección. ¿Cuál habría sido tu reacción ante la petición de aquellos celosos guardianes del "Manual de la Iglesia" de la época y de las normas morales establecidas? Jesús reaccionó con amor. Amor, no solo para la acusada, sino para los acusadores. Sabemos lo que hizo; los convenció de sus propios pecados para que meditaran. Los escribió en el polvo y solo ellos pudieron entenderlo. Inmediatamente expresó un principio básico que debe llamarnos a la reflexión, especialmente cuando nos convertimos en jueces de los que han cometido un error: «El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra» (Juan 8: 7).
Deberíamos tener cuidado, porque hay un principio psicológico bien establecido: «Solo notamos en los demás los errores que nosotros mismos cometemos». Por eso dijo el Señor que cuando juzgamos y condenamos a los demás, nos juzgamos y nos condenamos a nosotros mismos (Rom. 2: 1). No ignoremos esta terrible verdad. Las personas más críticas y que con más saña juzgan a los demás son las que, generalmente, son culpables de los mismos pecados que el acusado.
El hermano del hijo pródigo, que se incomodó porque a este se le dio una segunda oportunidad, hacía las mismas cosas que él. La diferencia es que las hacía dentro de la casa.
Ninguno de los acusadores de la mujer pudo hacer alarde de una vida sin pecado, por lo cual desaparecieron todos inmediatamente. Solamente quedó el único que podía lanzar la primera piedra, Jesús. Pero él rehusó condenar a la pecadora.
El ministerio de Jesús será siempre el de la segunda, la tercera, la enésima oportunidad. Su política es dar todas las oportunidades que sean necesarias. No conserva una lista de errores. Su gran deseo es dar una segunda oportunidad para hacer lo recto a todo aquel que lo necesite y desee comenzar de nuevo. Concede hoy una segunda oportunidad a todos los que lo necesiten y lo pidan.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
A mí me fallan una vez y ahí termina todo». Así se expresaba una dama hablando de la posibilidad de que algún día su esposo le fallara. Ese espíritu de no .dar una segunda oportunidad al que comete un error prevalece entre esposos, amigos, miembros de iglesia e instituciones. El lema es: «Si fallaste, no esperes más». Es un consuelo pensar que Dios no es así. Dios es el Dios de la segunda oportunidad.
Dios demostró en la cruz del Calvario el amor verdadero, que alcanza a quienes ya agotaron toda oportunidad y toda paciencia humana. El drama de la mujer sorprendida en adulterio nos enseña una gran lección. ¿Cuál habría sido tu reacción ante la petición de aquellos celosos guardianes del "Manual de la Iglesia" de la época y de las normas morales establecidas? Jesús reaccionó con amor. Amor, no solo para la acusada, sino para los acusadores. Sabemos lo que hizo; los convenció de sus propios pecados para que meditaran. Los escribió en el polvo y solo ellos pudieron entenderlo. Inmediatamente expresó un principio básico que debe llamarnos a la reflexión, especialmente cuando nos convertimos en jueces de los que han cometido un error: «El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra» (Juan 8: 7).
Deberíamos tener cuidado, porque hay un principio psicológico bien establecido: «Solo notamos en los demás los errores que nosotros mismos cometemos». Por eso dijo el Señor que cuando juzgamos y condenamos a los demás, nos juzgamos y nos condenamos a nosotros mismos (Rom. 2: 1). No ignoremos esta terrible verdad. Las personas más críticas y que con más saña juzgan a los demás son las que, generalmente, son culpables de los mismos pecados que el acusado.
El hermano del hijo pródigo, que se incomodó porque a este se le dio una segunda oportunidad, hacía las mismas cosas que él. La diferencia es que las hacía dentro de la casa.
Ninguno de los acusadores de la mujer pudo hacer alarde de una vida sin pecado, por lo cual desaparecieron todos inmediatamente. Solamente quedó el único que podía lanzar la primera piedra, Jesús. Pero él rehusó condenar a la pecadora.
El ministerio de Jesús será siempre el de la segunda, la tercera, la enésima oportunidad. Su política es dar todas las oportunidades que sean necesarias. No conserva una lista de errores. Su gran deseo es dar una segunda oportunidad para hacer lo recto a todo aquel que lo necesite y desee comenzar de nuevo. Concede hoy una segunda oportunidad a todos los que lo necesiten y lo pidan.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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