Muy pocos dudan en calificar a Tomás Alva Edison como el mayor inventor de todos los tiempos. Se calcula que patentó más de mil inventos, entre los cuales destacan el bombillo eléctrico y el fonógrafo («antepasado» de los modernos equipos de sonido). Su contribución también fue significativa en el desarrollo del sistema telefónico, las películas con movimiento, la máquina de escribir y otros importantes inventos que dieron al mundo el perfil tecnológico que hoy posee.
¿Cómo pudo Edison lograr tanto? Porque nunca se desanimó ante el fracaso. Se cuenta que después de intentar miles de veces de crear el bombillo incandescente, un amigo trató de consolarlo. La respuesta de Edison fue inmediata.
—Yo no he fracasado. ¡Ya sé de diez mil procedimientos que no funcionan!
Lo más curioso de Edison es que, cuando apenas tenía ocho años, su maestro de la escuela lo llamó «un alumno improductivo». Ese día Edison regresó a su casa llorando. Cuando su madre se enteró de lo ocurrido, de inmediato fue a la escuela y le dijo al maestro que no sabía lo que estaba diciendo. Edison nunca olvidó esa experiencia. En ese instante, se propuso demostrar que su madre no estaba equivocada. Si algo nos enseña la experiencia de ese «alumno improductivo» es la importancia de adoptar la actitud correcta ante el fracaso. Porque fracasar no significa necesariamente que dejes de alcanzar una meta. Significa, sencillamente, que algo no funcionó. O que no perseveraste lo suficiente para lograrla. Por lo tanto, si últimamente has «fracasado», las siguientes palabras de un escritor anónimo te pueden ayudar:
«A eso de caer y volver a levantarte, de fracasar y volver a comenzar, de tomar un camino y tener que abandonarlo, de sufrir el dolor y tener que soportarlo; a eso no le llames adversidad, llámale sabiduría. A eso de fijarte una meta y tener que cambiarla por otra; de huir de una prueba y tener que enfrentar otra; de aspirar y no poder, de querer y no saber, de avanzar y no llegar; a eso no le llames fracaso, llámale aprendizaje» (Revista adventista, ed. sudamericana, noviembre de 2001, p. 9).
Dicho de otra manera...
«FRACASA EL QUE DEJA DE LUCHAR».
Ayúdame, Señor, a aprender de mis errores; y a perseverar para lograr mis objetivos.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
No hay comentarios:
Publicar un comentario