Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. Juan 10: 9.
Hace varios años visité las catacumbas que usaron los cristianos durante la persecución para preservar su vida. La historia de las catacumbas es grande y larga. Las catacumbas no las inventaron los cristianos, ni surgieron por causa de las persecuciones. Eran cementerios subterráneos donde los paganos enterraron a sus muertos durante muchos siglos. No solo en Roma existen las catacumbas. También las hay en Chiusi, Bolsena, Ñapóles, Sicilia oriental y en el norte de África. Cuando Roma se hizo cristiana, los cristianos siguieron sepultando a sus muertos en las catacumbas,
Es interesante que las catacumbas sean tan grandes y que estén tan escondidas que ni un rayo de sol es capaz de penetrar en su interior. Fuera, el sol resplandecía con toda su fuerza, pero dentro de estas cuevas éramos incapaces de ver las palmas de nuestras propias manos. Sin embargo, al encender un fósforo para prender la antorcha, la lobreguez desapareció. Parecía que cuanto más densa era la oscuridad, más hacía brillar un insignificante fósforo. Casi parecía que no hacía falta el sol.
Tan pronto uno acepta a Jesús como su Salvador personal, sus pecados son perdonados para siempre y su destino es alterado drásticamente. Jesús dijo: «Yo soy la puerta» (Juan 10: 9). Al entrar por esa puerta accedemos a una vida totalmente diferente. No más inseguridad, no más temor, no más condenación, no más tinieblas. Una vez fuimos ciegos, destinados a la oscuridad y a la eterna separación de Dios, pero ahora el Sol de justicia nos ha convertido en hijos de luz. Después de que pasamos por esa puerta, Dios desea moldearnos a la «semejanza de su Hijo» (Rom. 8: 29), hasta que nuestro único deseo sea llevar el orgullo al corazón de nuestro Padre celestial.
Hay momentos en que el moldearnos a semejanza de Jesús puede ser doloroso. Parecemos a Jesús implica que hay que desechar el odio, la envidia, la hipocresía y los malos pensamientos, que son factores de nuestra vieja naturaleza que desean regir nuestras vidas. A cambio, desarrollaremos, aunque sea mínimamente, algo de su gloria en nuestra vida que nos convertirá en destellos de luz para este mundo.
Dios quiere que tú desarrolles la imagen y semejanza de su Hijo en tu vida. Quien que cuanto más densa sea la oscuridad que te rodea, más brille tu luz. Un hombre humilde, acompañado de sus doce discípulos, puso de cabeza al mundo con su evangelio. El impacto que tú puedes causar hoy a través de la semejanza con Jesús es incalculable.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
Hace varios años visité las catacumbas que usaron los cristianos durante la persecución para preservar su vida. La historia de las catacumbas es grande y larga. Las catacumbas no las inventaron los cristianos, ni surgieron por causa de las persecuciones. Eran cementerios subterráneos donde los paganos enterraron a sus muertos durante muchos siglos. No solo en Roma existen las catacumbas. También las hay en Chiusi, Bolsena, Ñapóles, Sicilia oriental y en el norte de África. Cuando Roma se hizo cristiana, los cristianos siguieron sepultando a sus muertos en las catacumbas,
Es interesante que las catacumbas sean tan grandes y que estén tan escondidas que ni un rayo de sol es capaz de penetrar en su interior. Fuera, el sol resplandecía con toda su fuerza, pero dentro de estas cuevas éramos incapaces de ver las palmas de nuestras propias manos. Sin embargo, al encender un fósforo para prender la antorcha, la lobreguez desapareció. Parecía que cuanto más densa era la oscuridad, más hacía brillar un insignificante fósforo. Casi parecía que no hacía falta el sol.
Tan pronto uno acepta a Jesús como su Salvador personal, sus pecados son perdonados para siempre y su destino es alterado drásticamente. Jesús dijo: «Yo soy la puerta» (Juan 10: 9). Al entrar por esa puerta accedemos a una vida totalmente diferente. No más inseguridad, no más temor, no más condenación, no más tinieblas. Una vez fuimos ciegos, destinados a la oscuridad y a la eterna separación de Dios, pero ahora el Sol de justicia nos ha convertido en hijos de luz. Después de que pasamos por esa puerta, Dios desea moldearnos a la «semejanza de su Hijo» (Rom. 8: 29), hasta que nuestro único deseo sea llevar el orgullo al corazón de nuestro Padre celestial.
Hay momentos en que el moldearnos a semejanza de Jesús puede ser doloroso. Parecemos a Jesús implica que hay que desechar el odio, la envidia, la hipocresía y los malos pensamientos, que son factores de nuestra vieja naturaleza que desean regir nuestras vidas. A cambio, desarrollaremos, aunque sea mínimamente, algo de su gloria en nuestra vida que nos convertirá en destellos de luz para este mundo.
Dios quiere que tú desarrolles la imagen y semejanza de su Hijo en tu vida. Quien que cuanto más densa sea la oscuridad que te rodea, más brille tu luz. Un hombre humilde, acompañado de sus doce discípulos, puso de cabeza al mundo con su evangelio. El impacto que tú puedes causar hoy a través de la semejanza con Jesús es incalculable.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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