Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse. Santiago 1:19
Hablar menos y escuchar más supone muchas ventajas. Hablar demasiado produce complicaciones y problemas en las relaciones con los demás. En cambio, escuchar es causa de grandes bendiciones. ¿Has pensado cómo fue que llegaste a conocer y a amar a Dios? Llegaste a amarlo por escuchar su Palabra. El apóstol Pablo lo confirma cuando dice: «Así que la fe es por el oír y el oír por la Palabra de Dios» (Rom. 10:17). Escuchar hace que uno llegue a amar. Si aprendemos a escuchar, no solo llegaremos a conocer mejor a nuestros hermanos hijos y cónyuge, sino que llegaremos a amarlos más. El amor de Dios no solo consiste en darnos su Palabra, sino también en darnos el don del oído para que lo usemos ni el ministerio de escuchar a nuestros hermanos. La mayor bendición está en hablar menos y escuchar más. Muchos miembros de la iglesia, especialmente los predicadores, amenudeo se equivocan al pensar que deben tener siempre algo que decir cuando se encuentran con otras personas, y que es el único servicio que deben prestar. Olvidan que escuchar es un servicio más grande y noble que hablar. Muchas personas están buscando oídos que estén dispuestos a escucharlos. He conocido esposas desesperadas porque sus esposos no quieren escucharlas. Dicen: Lo único que deseo es que alguien me escuche». Hay hijos que no estarían hoy donde están si sus padres los hubieran escuchado. Hay miembros de iglesia que desean ser escuchados, pero no encuentran un oído atento entre sus hermanos, porque los cristianos tienden a hablar cuando deberían estar escuchando. Aquellos que no pueden escuchar a su hermano, muy pronto dejarán de escuchar a Dios, porque incluso a Dios le hablan constantemente. A Dios debemos escucharlo hablarnos. Cuando termines de orar, no salgas a la carrera a continuar con el tráfago de la vida. Queda un tiempo en silencio. Deja que el Espíritu Santo hable a tu alma. No será audible, pero escucharás su voz. ¡Qué significativas son las palabras de nuestro texto de hoy! Son como un mandato, como una norma: «Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar». Los cristianos verdaderos hablan menos y escuchan más porque no están centrados en ellos mismos, sino en los demás. Hablar es ser uno mismo. Escuchar es dejar ser a los demás. Hablamos para mostrar algo de nosotros. Escuchamos para dejar que los demás digan algo de ellos. Sigamos hoy el consejo de Dios.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
Hablar menos y escuchar más supone muchas ventajas. Hablar demasiado produce complicaciones y problemas en las relaciones con los demás. En cambio, escuchar es causa de grandes bendiciones. ¿Has pensado cómo fue que llegaste a conocer y a amar a Dios? Llegaste a amarlo por escuchar su Palabra. El apóstol Pablo lo confirma cuando dice: «Así que la fe es por el oír y el oír por la Palabra de Dios» (Rom. 10:17). Escuchar hace que uno llegue a amar. Si aprendemos a escuchar, no solo llegaremos a conocer mejor a nuestros hermanos hijos y cónyuge, sino que llegaremos a amarlos más. El amor de Dios no solo consiste en darnos su Palabra, sino también en darnos el don del oído para que lo usemos ni el ministerio de escuchar a nuestros hermanos. La mayor bendición está en hablar menos y escuchar más. Muchos miembros de la iglesia, especialmente los predicadores, amenudeo se equivocan al pensar que deben tener siempre algo que decir cuando se encuentran con otras personas, y que es el único servicio que deben prestar. Olvidan que escuchar es un servicio más grande y noble que hablar. Muchas personas están buscando oídos que estén dispuestos a escucharlos. He conocido esposas desesperadas porque sus esposos no quieren escucharlas. Dicen: Lo único que deseo es que alguien me escuche». Hay hijos que no estarían hoy donde están si sus padres los hubieran escuchado. Hay miembros de iglesia que desean ser escuchados, pero no encuentran un oído atento entre sus hermanos, porque los cristianos tienden a hablar cuando deberían estar escuchando. Aquellos que no pueden escuchar a su hermano, muy pronto dejarán de escuchar a Dios, porque incluso a Dios le hablan constantemente. A Dios debemos escucharlo hablarnos. Cuando termines de orar, no salgas a la carrera a continuar con el tráfago de la vida. Queda un tiempo en silencio. Deja que el Espíritu Santo hable a tu alma. No será audible, pero escucharás su voz. ¡Qué significativas son las palabras de nuestro texto de hoy! Son como un mandato, como una norma: «Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar». Los cristianos verdaderos hablan menos y escuchan más porque no están centrados en ellos mismos, sino en los demás. Hablar es ser uno mismo. Escuchar es dejar ser a los demás. Hablamos para mostrar algo de nosotros. Escuchamos para dejar que los demás digan algo de ellos. Sigamos hoy el consejo de Dios.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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