Y nunca después vio Samuel a Saúl en toda su vida; y Samuel lloraba a Saúl; y Jehová se arrepentía de haber puesto a Saúl por rey sobre Israel. 1 Samuel 15: 35.
El profeta Samuel se había retirado a su casa en Rama, resuelto a no involucrarse más en los asuntos públicos y a vivir con cierta tranquilidad los años que Dios le diera. Además, aún tenía que atender a sus alumnos de lo que se ha dado en llamar la "escuela de los profetas", institución en la que se formaban muchos jóvenes promisorios. Sin embargo, inesperadamente, Dios envió a Samuel al poblado de Belén para ungir como rey a uno de los hijos de Isaí, una persona probablemente desconocida para el anciano juez de Israel. Samuel temió el peligro que suponía el cumplimiento de aquel encargo divino. Le dijo a Dios: «Si Saúl lo supiera, me mataría» (1 Sam. 16: 2). Como ya señalamos, se puede ver con claridad que Saúl se había convertido en un individuo peligroso y violento, dado a todo tipo de maldades, hasta el extremo de ser capaz de matar al profeta de Dios.
Dice la Palabra de Dios: «Y nunca después vio Samuel a Saúl en toda su vida; y Samuel lloraba a Saúl» (1 Sam. 15: 35). Conviene que reflexionemos en este hecho asombroso. El Señor había rechazado a Saúl y «se arrepentía de haber puesto a Saúl por rey sobre Israel» (1 Sam. 15: 35). Saúl se había convertido en un monarca caprichoso y malvado, poseído por un demonio. Y, sin embargo, Samuel lloraba por él.
¿Por qué lloraba el viejo profeta por Saúl? Lloraba porque lo amaba a pesar de su perversidad. Lloraba porque Saúl era un dirigente del pueblo del Señor, elegido por Dios y ungido con aceite santo. El profeta lloraba porque la caída de Saúl era un fracaso más que humano, de graves consecuencias para todos. Era un fracaso, por así decirlo, del pueblo de Dios. La caída de un dirigente es una tragedia para el pueblo. Los que aman a ese dirigente y confían en él experimentan una de las pruebas más grandes de la fe que un creyente puede soportar. La razón es que el pecado de un dirigente es diez veces más grave que el pecado de una persona normal. Por eso, cuando cae el pastor de una iglesia, por ejemplo, esta tarda diez años en recuperarse del trauma, del dolor, de la mala influencia y del desaliento que experimentó. Por eso lloraba Samuel por Saúl.
¿Lloras por los dirigentes del pueblo de Dios? Son tan elegidos por Dios hoy como lo fue Saúl en su día. Un dirigente del pueblo de Dios es muy importante para la iglesia. Cuando alguno cae, como cayó Saúl, el pueblo de Dios llora.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
El profeta Samuel se había retirado a su casa en Rama, resuelto a no involucrarse más en los asuntos públicos y a vivir con cierta tranquilidad los años que Dios le diera. Además, aún tenía que atender a sus alumnos de lo que se ha dado en llamar la "escuela de los profetas", institución en la que se formaban muchos jóvenes promisorios. Sin embargo, inesperadamente, Dios envió a Samuel al poblado de Belén para ungir como rey a uno de los hijos de Isaí, una persona probablemente desconocida para el anciano juez de Israel. Samuel temió el peligro que suponía el cumplimiento de aquel encargo divino. Le dijo a Dios: «Si Saúl lo supiera, me mataría» (1 Sam. 16: 2). Como ya señalamos, se puede ver con claridad que Saúl se había convertido en un individuo peligroso y violento, dado a todo tipo de maldades, hasta el extremo de ser capaz de matar al profeta de Dios.
Dice la Palabra de Dios: «Y nunca después vio Samuel a Saúl en toda su vida; y Samuel lloraba a Saúl» (1 Sam. 15: 35). Conviene que reflexionemos en este hecho asombroso. El Señor había rechazado a Saúl y «se arrepentía de haber puesto a Saúl por rey sobre Israel» (1 Sam. 15: 35). Saúl se había convertido en un monarca caprichoso y malvado, poseído por un demonio. Y, sin embargo, Samuel lloraba por él.
¿Por qué lloraba el viejo profeta por Saúl? Lloraba porque lo amaba a pesar de su perversidad. Lloraba porque Saúl era un dirigente del pueblo del Señor, elegido por Dios y ungido con aceite santo. El profeta lloraba porque la caída de Saúl era un fracaso más que humano, de graves consecuencias para todos. Era un fracaso, por así decirlo, del pueblo de Dios. La caída de un dirigente es una tragedia para el pueblo. Los que aman a ese dirigente y confían en él experimentan una de las pruebas más grandes de la fe que un creyente puede soportar. La razón es que el pecado de un dirigente es diez veces más grave que el pecado de una persona normal. Por eso, cuando cae el pastor de una iglesia, por ejemplo, esta tarda diez años en recuperarse del trauma, del dolor, de la mala influencia y del desaliento que experimentó. Por eso lloraba Samuel por Saúl.
¿Lloras por los dirigentes del pueblo de Dios? Son tan elegidos por Dios hoy como lo fue Saúl en su día. Un dirigente del pueblo de Dios es muy importante para la iglesia. Cuando alguno cae, como cayó Saúl, el pueblo de Dios llora.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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