Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores. Levíticos 25: 10
La libertad es un legado de Dios. El Señor creó a los seres humanos para que vivieran y se desarrollaran en libertad. Satanás ha procurado esclavizar a la raza humana bajo su dominio. Por eso precisamente Dios está empeñado en una lucha para dar libertad a la humanidad. Emociona pensar que Jesús murió para liberar a los que eran cautivos de Satanás, para liberar a aquellos que no tenían libertad para elegir. Jesús murió para que todos los hombres, que eran siervos del pecado, tuvieran la posibilidad de ejercer su capacidad de elección. Son muy significativas las palabras pronunciadas por el magistrado Learned Hand en un discurso pronunciado en la ciudad de Nueva York el año 1944: «¿Qué queremos decir cuando afirmamos que, ante todo, buscamos la libertad? A menudo me pregunto si no apoyamos demasiado nuestras esperanzas sobre constituciones, sobre leyes, sobre tribunales. Estas son falsas esperanzas; créanme. Estas son falsas esperanzas. La libertad descansa en los corazones de los hombres y las mujeres; cuando muere ahí, ninguna constitución, ley o tribunal puede hacer mucho por, cuando menos, ayudarla. Mientras permanezca ahí, no necesita constitución, ley ni tribunal para salvarla». Dios puso la libertad en el corazón de la humanidad, y Dios es el que garantiza la libertad. Puede ser que las autoridades humanas restrinjan las libertades individuales, pero no pueden arrebatar la libertad que está arraigada por el Creador en el alma. Las personas pueden ser libres, aunque estén prisioneros en una mazmorra. Nadie puede arrebatarle la libertad a un alma humana. Pero ella puede entregar su libertad a quien quiera. Es una tragedia que aquellos seres humanos a quienes Jesús liberó a un costo tan alto para que pudieran ejercer su privilegio de elegir, decidan, usando la libertad que él les dio, hacerse esclavos de Satanás. El apóstol Pablo lo expresó con mucho acierto: «Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres» (1 Cor. 7:23). Hemos de ejercer la libertad con que Cristo nos hizo libres. Librándonos, en primer lugar, de la esclavitud de Satanás a través del pecado. Como dijo nuestro Señor, «todo el que comete pecado, es esclavo del pecado» (Juan 8: 34). En segundo lugar, de toda noción o idea equivocada. No hay mayor esclavitud, después de la del pecado, que la esclavitud del error. Por eso dijo nuestro Señor: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará» (vers. 32). En tercer lugar está la libertad política. Luchemos por ella siendo ciudadanos ejemplares. Seamos libres, porque «a libertad nos llamó Dios».
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
La libertad es un legado de Dios. El Señor creó a los seres humanos para que vivieran y se desarrollaran en libertad. Satanás ha procurado esclavizar a la raza humana bajo su dominio. Por eso precisamente Dios está empeñado en una lucha para dar libertad a la humanidad. Emociona pensar que Jesús murió para liberar a los que eran cautivos de Satanás, para liberar a aquellos que no tenían libertad para elegir. Jesús murió para que todos los hombres, que eran siervos del pecado, tuvieran la posibilidad de ejercer su capacidad de elección. Son muy significativas las palabras pronunciadas por el magistrado Learned Hand en un discurso pronunciado en la ciudad de Nueva York el año 1944: «¿Qué queremos decir cuando afirmamos que, ante todo, buscamos la libertad? A menudo me pregunto si no apoyamos demasiado nuestras esperanzas sobre constituciones, sobre leyes, sobre tribunales. Estas son falsas esperanzas; créanme. Estas son falsas esperanzas. La libertad descansa en los corazones de los hombres y las mujeres; cuando muere ahí, ninguna constitución, ley o tribunal puede hacer mucho por, cuando menos, ayudarla. Mientras permanezca ahí, no necesita constitución, ley ni tribunal para salvarla». Dios puso la libertad en el corazón de la humanidad, y Dios es el que garantiza la libertad. Puede ser que las autoridades humanas restrinjan las libertades individuales, pero no pueden arrebatar la libertad que está arraigada por el Creador en el alma. Las personas pueden ser libres, aunque estén prisioneros en una mazmorra. Nadie puede arrebatarle la libertad a un alma humana. Pero ella puede entregar su libertad a quien quiera. Es una tragedia que aquellos seres humanos a quienes Jesús liberó a un costo tan alto para que pudieran ejercer su privilegio de elegir, decidan, usando la libertad que él les dio, hacerse esclavos de Satanás. El apóstol Pablo lo expresó con mucho acierto: «Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres» (1 Cor. 7:23). Hemos de ejercer la libertad con que Cristo nos hizo libres. Librándonos, en primer lugar, de la esclavitud de Satanás a través del pecado. Como dijo nuestro Señor, «todo el que comete pecado, es esclavo del pecado» (Juan 8: 34). En segundo lugar, de toda noción o idea equivocada. No hay mayor esclavitud, después de la del pecado, que la esclavitud del error. Por eso dijo nuestro Señor: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará» (vers. 32). En tercer lugar está la libertad política. Luchemos por ella siendo ciudadanos ejemplares. Seamos libres, porque «a libertad nos llamó Dios».
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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