Muchas son, Señor mi Dios, las maravillas que tú has hecho. No es posible enumerar tus bondades en favor nuestro (Salmo 40: 5).
Dios siempre está al pendiente de sus hijos y derrama bendiciones sobre nosotros, aunque a veces no las percibamos claramente. Mi abue¬la y sus hijos eran personas de campo muy humildes. Ella siempre estaba preocupada porque no sabía si iba a tener el dinero suficiente cada se-mana para alimentar a sus hijos. Pero a ellos nunca les faltó comida. En la ve¬reda que daba hasta su casa había muchos arbustos de un tipo de guayaba, que por lo general son árboles grandes pero esos eran pequeños, al alcance de los niños, que gustosos comían por el camino; también había unas frutas pa¬recidas a la pina. Había unas frutas con sabor a mora que colgaban de las ra¬mas y con facilidad se podían cortar. Además se daban unas jicamas enormes. Un día que mi abuela oraba a Dios contándole sobre todas las necesida¬des y carencias que tenía su familia, oyó una voz que le dijo: «Mira hacia arriba». Parecía que le decían: «Alza tu vista, ¿no te das cuenta que tu Padre celestial ha estado al pendiente de ti? ¡Agradece a tu Padre porque siempre han tenido qué comer! Mira hacia arriba para que tus ojos vean las bendiciones que han recibido, los cuidados que Dios ha tenido hacia ti y los tuyos. Deja de ver tus carencias y alaba a tu Dios, quien vela por ti, quien te observa con dulce amor y ternura».
Mi abuela se levantó de sus rodillas y dio gracias a Dios por su forma tan peculiar de satisfacer sus necesidades ante sus ojos, lo cual no había percibi¬do. Sus hijos nunca se enfermaron al comer todas esas frutas silvestres, hasta hoy creemos que fueron plantadas por un Padre lleno de amor.
¿Puedes mirar hacia arriba para que tus ojos se abran y vean las grandes bendiciones que Dios ha derramado sobre ti? Agradécele por su bondad infi¬nita, porque a pesar de las dificultades, problemas y carencias que alguna vez hayas experimentado, él ha estado al cuidado de ti.Dios siempre está al pendiente de sus hijos y derrama bendiciones sobre nosotros, aunque a veces no las percibamos claramente. Mi abue¬la y sus hijos eran personas de campo muy humildes. Ella siempre estaba preocupada porque no sabía si iba a tener el dinero suficiente cada se-mana para alimentar a sus hijos. Pero a ellos nunca les faltó comida. En la ve¬reda que daba hasta su casa había muchos arbustos de un tipo de guayaba, que por lo general son árboles grandes pero esos eran pequeños, al alcance de los niños, que gustosos comían por el camino; también había unas frutas pa¬recidas a la pina. Había unas frutas con sabor a mora que colgaban de las ra¬mas y con facilidad se podían cortar. Además se daban unas jicamas enormes. Un día que mi abuela oraba a Dios contándole sobre todas las necesida¬des y carencias que tenía su familia, oyó una voz que le dijo: «Mira hacia arriba». Parecía que le decían: «Alza tu vista, ¿no te das cuenta que tu Padre celestial ha estado al pendiente de ti? ¡Agradece a tu Padre porque siempre han tenido qué comer! Mira hacia arriba para que tus ojos vean las bendiciones que han recibido, los cuidados que Dios ha tenido hacia ti y los tuyos. Deja de ver tus carencias y alaba a tu Dios, quien vela por ti, quien te observa con dulce amor y ternura».
Mi abuela se levantó de sus rodillas y dio gracias a Dios por su forma tan peculiar de satisfacer sus necesidades ante sus ojos, lo cual no había percibi¬do. Sus hijos nunca se enfermaron al comer todas esas frutas silvestres, hasta hoy creemos que fueron plantadas por un Padre lleno de amor.
Edith Várela Sosa
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.
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