Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, este la salvará. Lucas 9: 24.
Alguien ha dicho que lo que se predica hoy desde nuestros pulpitos es un evangelio edulcorado. Vivimos en una época en que la buena nueva del evangelio se ha convertido en algo tan de uso común que ha dejado de ser evangelio. Parecería que seguir a Cristo no implique ningún cambio, como si ser discípulo de Jesús fuese algo semejante a ponerse una pegatina que diga «Soy cristiano», y eso sería todo. Con la invitación a seguir a Cristo que se extiende desde algunos pulpitos, da la impresión que lo único que se requiere del que acepte tal invitación es decir algunas palabras, creer intelectualmente o caminar por el pasillo hacia el frente, sin tener que cambiar nada. Jesús dijo a todos los que lo escuchaban: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lúe. 9:23).
Cuando el apóstol Pablo se encontró con Jesús en el camino que conducía a Damasco también encontró su propio final, pues ese encuentro extraordinario fue el punto final al odio que había respirado contra los cristianos, el final de su or¬gullo, de su justicia propia, de su nacionalismo, de sus esperanzas, de sus sueños y de sus objetivos. Supuso una decisión de entregarse a la muerte, no por suicidio, sino por el simple hecho de apartarse de su antiguo yo y de comenzar una nueva identidad en Cristo. Cuando se produce el milagro de la conversión, todo lo que se posee queda a completa disposición de Jesús, para los propósitos que él estime convenientes, y nada de ello deberá nunca obstaculizar la obediencia absoluta a su mandamiento de amor.
Jesús no desea engañarte con un cebo, ni te propone tampoco un trueque para que lo sigas. Aparte de su persona, no te ofrece nada "a cambio" para que lo sigas. Él es completamente franco con respecto al costo. Preguntó: «¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? [...] ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?» (Lúe. 14: 28, 31).
Permite que el llamamiento a seguir a Jesús sea respondido por ti de forma clara y sincera. Jamás te lamentarás de hacer lo que él te pida. Por el contrario, encontrarás gozo en la obediencia y deleite en entregarle todo a él.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
Alguien ha dicho que lo que se predica hoy desde nuestros pulpitos es un evangelio edulcorado. Vivimos en una época en que la buena nueva del evangelio se ha convertido en algo tan de uso común que ha dejado de ser evangelio. Parecería que seguir a Cristo no implique ningún cambio, como si ser discípulo de Jesús fuese algo semejante a ponerse una pegatina que diga «Soy cristiano», y eso sería todo. Con la invitación a seguir a Cristo que se extiende desde algunos pulpitos, da la impresión que lo único que se requiere del que acepte tal invitación es decir algunas palabras, creer intelectualmente o caminar por el pasillo hacia el frente, sin tener que cambiar nada. Jesús dijo a todos los que lo escuchaban: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lúe. 9:23).
Cuando el apóstol Pablo se encontró con Jesús en el camino que conducía a Damasco también encontró su propio final, pues ese encuentro extraordinario fue el punto final al odio que había respirado contra los cristianos, el final de su or¬gullo, de su justicia propia, de su nacionalismo, de sus esperanzas, de sus sueños y de sus objetivos. Supuso una decisión de entregarse a la muerte, no por suicidio, sino por el simple hecho de apartarse de su antiguo yo y de comenzar una nueva identidad en Cristo. Cuando se produce el milagro de la conversión, todo lo que se posee queda a completa disposición de Jesús, para los propósitos que él estime convenientes, y nada de ello deberá nunca obstaculizar la obediencia absoluta a su mandamiento de amor.
Jesús no desea engañarte con un cebo, ni te propone tampoco un trueque para que lo sigas. Aparte de su persona, no te ofrece nada "a cambio" para que lo sigas. Él es completamente franco con respecto al costo. Preguntó: «¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? [...] ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil?» (Lúe. 14: 28, 31).
Permite que el llamamiento a seguir a Jesús sea respondido por ti de forma clara y sincera. Jamás te lamentarás de hacer lo que él te pida. Por el contrario, encontrarás gozo en la obediencia y deleite en entregarle todo a él.
Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.
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