¡Ay de los reposados en Sion, y de los confiados en el monte de Samaría, los notables y principales entre las naciones, a los cuales acude la casa de Israel! Amos 6:1.
La autocomplacencia y la indiferencia espiritual eran las características distintivas de los pueblos de Israel y de Judá en los días del profeta Amos. El profeta sentía intensamente en su corazón el peso del pecado del pueblo hebreo en su conjunto. Predicó sus mensajes proféticos a tanto a los habitantes del reino del norte como a sus paisanos del reino de Judá, gente, en su mayoría, orgullosa de su posición social. Confiaban más en sus logros que en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
En aquella época, las clases hebreas más acomodadas estaban entregadas a la música, al placer y a los finos vinos que bebían. Tal como denuncia el profeta, dormían en camas de marfil, y no les preocupaban los pobres ni los afligidos. En su extraña y exuberante adoración, se olvidaban del sufrimiento de sus hermanos. Se aislaron de aquellos que estaban perdidos sin el conocimiento del Dios verdadero y en esclavitud. Inesperadamente, en medio de los banquetes y las danzas con las que se entretenían aquellos creyentes profesos, Dios les envió al profeta Amos con el siguiente mensaje: «¡Ay de los reposados en Sion y de los confiados en el monte de Samaría!» (Amos 6: 1).
Aunque vivamos más de dos milenios y medio después de aquella época, el mensaje del profeta Amos resulta especialmente pertinente para nosotros y para nuestro tiempo. Debemos ser cuidadosos para no caer en la complacencia e indiferencia del pueblo de Israel en los días de Amos.
Los actos de adoración en la iglesia no son el final de la gloria de Dios, son solamente el comienzo. Debemos salir para demostrar al mundo que hemos tenido un encuentro con el Altísimo. Ese mundo vacilante lleno de desigualdad, al borde de la eternidad, en el gran valle de la decisión, como si fluctuara entre el cielo y el infierno, necesita más que un nuevo CD o un libro: necesita una demostración de Jesucristo. A la puerta de nuestras iglesias hay una cantidad de obstáculos que mantienen a los perdidos fuera.
Cuídate hoy para que no te veas desviado de tu curso, del propósito para el cual hemos sido llamados como pueblo de Dios. Vigila todos tus pasos. No des lugar a la complacencia, ni dejes que las cosas de este mundo te distraigan de tu cometido.
Tomado de la Matutina Siempre gozosos.
La autocomplacencia y la indiferencia espiritual eran las características distintivas de los pueblos de Israel y de Judá en los días del profeta Amos. El profeta sentía intensamente en su corazón el peso del pecado del pueblo hebreo en su conjunto. Predicó sus mensajes proféticos a tanto a los habitantes del reino del norte como a sus paisanos del reino de Judá, gente, en su mayoría, orgullosa de su posición social. Confiaban más en sus logros que en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
En aquella época, las clases hebreas más acomodadas estaban entregadas a la música, al placer y a los finos vinos que bebían. Tal como denuncia el profeta, dormían en camas de marfil, y no les preocupaban los pobres ni los afligidos. En su extraña y exuberante adoración, se olvidaban del sufrimiento de sus hermanos. Se aislaron de aquellos que estaban perdidos sin el conocimiento del Dios verdadero y en esclavitud. Inesperadamente, en medio de los banquetes y las danzas con las que se entretenían aquellos creyentes profesos, Dios les envió al profeta Amos con el siguiente mensaje: «¡Ay de los reposados en Sion y de los confiados en el monte de Samaría!» (Amos 6: 1).
Aunque vivamos más de dos milenios y medio después de aquella época, el mensaje del profeta Amos resulta especialmente pertinente para nosotros y para nuestro tiempo. Debemos ser cuidadosos para no caer en la complacencia e indiferencia del pueblo de Israel en los días de Amos.
Los actos de adoración en la iglesia no son el final de la gloria de Dios, son solamente el comienzo. Debemos salir para demostrar al mundo que hemos tenido un encuentro con el Altísimo. Ese mundo vacilante lleno de desigualdad, al borde de la eternidad, en el gran valle de la decisión, como si fluctuara entre el cielo y el infierno, necesita más que un nuevo CD o un libro: necesita una demostración de Jesucristo. A la puerta de nuestras iglesias hay una cantidad de obstáculos que mantienen a los perdidos fuera.
Cuídate hoy para que no te veas desviado de tu curso, del propósito para el cual hemos sido llamados como pueblo de Dios. Vigila todos tus pasos. No des lugar a la complacencia, ni dejes que las cosas de este mundo te distraigan de tu cometido.
Tomado de la Matutina Siempre gozosos.
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