lunes, 8 de febrero de 2010

NUESTRA TRISTE CONDICIÓN

Este mensaje es digno de crédito y merece ser aceptado por todos: que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero (1 Timoteo 1: 15).

La humanidad se encuentra en una condición moral deplorable. Escuchamos en los medios de comunicación cosas que nos parecen increíbles: crímenes inenarrables, secuestros infames, drogadicción rampante, corrupción generalizada. Es increíble lo que el ser humano puede hacer cuando se deja llevar por sus inclinaciones naturales. La Biblia sigue con el cuadro triste de asemejarnos a seres irracionales. Escribió el sabio: «Como vuelve el perro a su vómito, así el necio insiste en su necedad» (Prov. 26: 11). El apóstol Pedro, citando al sabio, amplía la imagen, diciendo: «Y "la puerca lavada, a revolcarse en el lodo"» (2 Ped. 2: 22). Lo más lamentable del mal que mora en la naturaleza humana, es que nubla el entendimiento y destruye el deseo de buscar a Dios. Dice el salmista: «No seas como el mulo o el caballo, que no tienen discernimiento, y cuyo brío hay que domar con brida y freno, para acercarlos a ti» (Sal. 32: 9). El pecado nos causa desorientación y no sabemos qué hacer. Tal vez la ilustración más triste es la usada por los profetas que compararon al ser humano con un rebaño de ovejas; pero no porque seamos mansos, sino porque nos apartamos del camino de Dios y luego no podemos regresar solos: «Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino» (Isa. 53: 6).
Este cuadro lamentable pintado por la Palabra de Dios es algo que nos cuesta mucho aceptar. Normalmente pensamos que no somos así. Después de todo, conocemos a personas buenas, buenos vecinos, hombres y mujeres honorables, gente consagrada y dadivosa que asiste frecuentemente a la iglesia. Vemos solo lo que tenemos delante de nuestros ojos; no podemos ver el corazón de las personas. Además, el pecado nos engaña y nos conduce a pensar bien de nosotros. No matamos, no robamos, no mentimos, no adulteramos. Como el fariseo de la parábola, vemos a los demás y nos consideramos buenos. Esa puede ser la tragedia más grande que vivamos. Para que el evangelio tenga significado, es mejor decir: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Luc. 18:13).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C

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