Para el que cree, todo es posible (Marcos 9: 23).
No se debe poner mérito en la fe, ya que distorsiona el mensaje del evangelio. Hace que la salvación se base en el mérito propio, no en los méritos de Cristo. Es verdad que debemos tener fe, pero esta no debe nunca considerarse un mérito.
Digamos que hay una persona que se está ahogando en un río. Nadie la puede sacar. Lucha desesperadamente por mantenerse a flote, pero es imposible. Cuando está a punto de perder el conocimiento, alguien le extiende una rama para que se aferré a ella. La persona se aferra desesperadamente a la rama. La llevan a la orilla y le dan los primeros auxilios. Cuando ya está recuperada, imagínense que exclama: «¡Qué bueno soy, porque me aferré de la rama!». Eso seria inaudito. Se supone que el mérito es de la persona que le arrojó la rama. Así sucede con la concepción de la fe como mérito. El mérito es de Cristo que nos salvó, no de nosotros que tenemos fe en él. La señora Elena G. de White dijo: «La fe es rendir a Dios las facultades intelectuales, entregarle la mente y la voluntad, y hacer de Cristo la única puerta para entrar en el reino de los cielos» (Fe y obras, p. 24).
Otra consideración que prohíbe que consideremos la fe como un mérito es el hecho de que la fe es un don de Dios. Nosotros no tenemos fe por nosotros mismos, es decir, no producimos la fe. La recibimos de Dios. Dice el apóstol: «Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, [...] según la medida de fe que Dios le haya dado» (Rom. 12: 3). A todos los seres humanos Dios no ha dado la capacidad de creer. Todos tenemos una medida de fe, es decir, podemos creer. Este don, como todos los dones que Dios da, puede usarse para bien o para mal. Al usar el don de la fe para el bien, el don se fortalece. Así desarrollamos la capacidad de creer en Dios. Esto es lo que quiere decir que Dios aumenta nuestra fe. Pero enorgullecemos de que tenemos fe y atribuirle un valor meritorio, es distorsionar el evangelio de Cristo.
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
No se debe poner mérito en la fe, ya que distorsiona el mensaje del evangelio. Hace que la salvación se base en el mérito propio, no en los méritos de Cristo. Es verdad que debemos tener fe, pero esta no debe nunca considerarse un mérito.
Digamos que hay una persona que se está ahogando en un río. Nadie la puede sacar. Lucha desesperadamente por mantenerse a flote, pero es imposible. Cuando está a punto de perder el conocimiento, alguien le extiende una rama para que se aferré a ella. La persona se aferra desesperadamente a la rama. La llevan a la orilla y le dan los primeros auxilios. Cuando ya está recuperada, imagínense que exclama: «¡Qué bueno soy, porque me aferré de la rama!». Eso seria inaudito. Se supone que el mérito es de la persona que le arrojó la rama. Así sucede con la concepción de la fe como mérito. El mérito es de Cristo que nos salvó, no de nosotros que tenemos fe en él. La señora Elena G. de White dijo: «La fe es rendir a Dios las facultades intelectuales, entregarle la mente y la voluntad, y hacer de Cristo la única puerta para entrar en el reino de los cielos» (Fe y obras, p. 24).
Otra consideración que prohíbe que consideremos la fe como un mérito es el hecho de que la fe es un don de Dios. Nosotros no tenemos fe por nosotros mismos, es decir, no producimos la fe. La recibimos de Dios. Dice el apóstol: «Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, [...] según la medida de fe que Dios le haya dado» (Rom. 12: 3). A todos los seres humanos Dios no ha dado la capacidad de creer. Todos tenemos una medida de fe, es decir, podemos creer. Este don, como todos los dones que Dios da, puede usarse para bien o para mal. Al usar el don de la fe para el bien, el don se fortalece. Así desarrollamos la capacidad de creer en Dios. Esto es lo que quiere decir que Dios aumenta nuestra fe. Pero enorgullecemos de que tenemos fe y atribuirle un valor meritorio, es distorsionar el evangelio de Cristo.
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
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