sábado, 22 de enero de 2011

¡FELIZ QUIEN CONFÍA EN DIOS!

Prueben y vean que Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian (Salmos 34:8)

Transcurrían horas de agonía en un hospital El diagnóstico era cruel: la pequeña se moría. Aquellos padres estaban desesperados hasta que conocieron a una pareja de profesionales de la salud que eran cristianos. La débil esperanza que aún conservaban se agigantó al saber que Dios podía obrar un milagro. Y así fue. La operación resultó todo un éxito y la pequeña se salvó.
¿Recuerdas a aquel padre que, pasando por una situación similar, llegó a los pies de Jesús para rogarle por la vida de su hijita? Creo que los momentos más difíciles de mi vida han sido aquellos en que mis hijos se han enfermado y yo me he sentido impotente para ayudarlos. Miro a todas partes buscando un diagnóstico alentador, deseando que el milagro se produzca, pero solo puedo dirigirme al cielo, consciente de que allí está la única respuesta.
Jairo, al igual que cualquiera de nosotras, buscó la ayuda de un profesional, pero pronto comprendió que necesitaba otro tipo de intervención para que su hijita sanara. Así que fue en busca de Jesús. A veces pienso: Si Jesús estuviera hoy en la tierra, ¿iría yo a buscarlo para que sanara a mis seres queridos? Antes de abandonar físicamente esta tierra, sus palabras fueron: «Estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mat. 28: 20). ¿Por qué no recurrimos a él cuando enfrentamos momentos difíciles?
Recuerdo una noche angustiosa en que llegué al hospital llevando en brazos a mi pequeño con una fiebre muy alta. Sabía que la fiebre podría producir daños irreparables. Desesperada, busqué ayuda, pero había muchos enfermos y se habían agotado los medicamentos apropiados. En casa había recurrido a todo tipo de remedios para bajarle la temperatura, pero sin éxito. Sabía que solo Dios podía hacer el milagro. De pronto, alguien a quien no esperaba ver, colocó en mis manos una inyección. Rápidamente se la pusieron y a las pocas horas regresaba a casa con mi hijo casi restablecido.
Tras estas experiencias, ¿entiendes dónde debe estar tu confianza? La Biblia tiene una declaración vital: «Dichoso el que pone su confianza en el Señor» (Sal. 40: 4).

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

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