martes, 4 de enero de 2011

MANOS Y OÍDO

He aquí que no se ha acortado la mana de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír.(Lucas 59:1)

Se dice a veces de las manos que son «las amigas inseparables» y del oído que es «el guía invisible». Y estos son calificativos justos, pues cuando por alguna razón nos falta alguno de estos sentidos, enseguida buscamos algún invento humano que pueda desempeñar la función que realizan.
Nos preocupamos por cuidar nuestras manos, protegiéndolas con cremas y evitando los golpes y rozaduras. Desde pequeñas se nos enseña a mantenerlas limpias. Del mismo modo, protegemos nuestros oídos de los insectos, de líquidos o agentes extraños, y evitamos cualquier cosa que nos pueda producir dolor o enfermedad.
Sin embargo, no hay forma de garantizar la seguridad de estos dos órganos tan importantes. Constantemente estamos expuestos a imprevistos que pueden ocasionarnos lesiones físicas, que impidan el desarrollo de estos sentidos vitales.
Recuerdo algo que me sucedió en una ocasión, cuando mi esposo y yo trabajábamos como obreros ministeriales. Para desplazarnos de un pueblo a otro teníamos que tomar un tren conocido como «el tren lechero», porque hacía muchas paradas y lo acompañaba un permanente y característico ruido a viejo. Emprendimos viaje. Por naturaleza tengo un oído muy delicado, así que, presintiendo que el ruido del tren podría afectarme, me recosté sobre el hombro de mi esposo para protegerme. Pero mi otro oído quedó al descubierto, tan desprovisto e indefenso que sucumbió ante tan agudos ruidos. Poco después, los dolores comenzaron a avisarme de que algo no andaba bien. En cuanto pude fui al médico, quien me recetó un medicamento que me produjo alergia y me quemó las paredes internas del oído. ¡Qué desesperación!
Cuando por fin encontramos el medicamento adecuado, y mi oído se restableció, sentí una gratitud enorme porque Dios no tiene oídos finitos como los míos. Los suyos nunca se enferman. El no pierde su capacidad de escuchar, ni lo perturban ruidos extraños.
Te invito hoy a que te aferres de la promesa: «No se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír». El cielo siempre tiene manos para socorremos y oídos para escucharnos.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

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