Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables. 1 Pedro 3:8.
La terminal del ómnibus está colmada de personas, esta mañana fría de invierno, en las calles del barrio Chacarita, en la ciudad de Buenos Aires. Max no ve a la gente. Su cuerpo está allí, pero su mente vaga sin rumbo, por los agrestes campos minados de los conflictos familiares. Cree no resistir más; piensa que, tal vez, la separación sea la única salida. Lo que lo incomoda y lo confunde es el hecho de que ama a su esposa, y no entiende por qué dos personas que se aman no pueden vivir en armonía.
El conflicto de hoy comenzó porque no había leche para el desayuno:
-Te dije que la compraras anoche -casi gritó ella, encolerizada.
-¿Y por qué, en lugar de pedirme, no la compraste tú? -respondió él, en el mismo tono.
A partir de allí, se dijeron cosas terribles, se echaron en cara errores del pasado y, finalmente, él salió de casa golpeando la puerta.
En el texto de hoy, Pedro aconseja que los cónyuges deben tener "un mismo sentir"; deben ser "compasivos y misericordiosos" el uno con el otro. Parece una meta distante, imposible de ser alcanzada; por lo menos, para Max y su joven esposa. Lo que ellos ignoran es que el matrimonio es la única escuela en que te matriculas, pero nunca te gradúas. La vida en pareja es una vida de constante aprendizaje.
Mucha gente se desespera porque no sabe distinguir los problemas de los conflictos. La vida es la permanente solución de problemas: desde que te levantas hasta que te acuestas por la noche, estás solucionando problemas; cada hora, cada minuto. No existe vida sin problemas. Pero, los problemas no son cataclismos destructores, sino desafíos de crecimiento. Un problema mal resuelto sí se transforma en conflicto. Y los conflictos pueden ser fatales.
Lo que la esposa de Max podría haber hecho esta mañana es preguntar:
-Querido, ¿compraste leche?
Creo que Max hubiese respondido:
-No, mi amor; pero la compro en un minuto.
Después, más calmos, podrían sentarse a conversar sobre los constantes "olvidos" de Max.
Antes de iniciar tus actividades de hoy, recuerda: "Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
La terminal del ómnibus está colmada de personas, esta mañana fría de invierno, en las calles del barrio Chacarita, en la ciudad de Buenos Aires. Max no ve a la gente. Su cuerpo está allí, pero su mente vaga sin rumbo, por los agrestes campos minados de los conflictos familiares. Cree no resistir más; piensa que, tal vez, la separación sea la única salida. Lo que lo incomoda y lo confunde es el hecho de que ama a su esposa, y no entiende por qué dos personas que se aman no pueden vivir en armonía.
El conflicto de hoy comenzó porque no había leche para el desayuno:
-Te dije que la compraras anoche -casi gritó ella, encolerizada.
-¿Y por qué, en lugar de pedirme, no la compraste tú? -respondió él, en el mismo tono.
A partir de allí, se dijeron cosas terribles, se echaron en cara errores del pasado y, finalmente, él salió de casa golpeando la puerta.
En el texto de hoy, Pedro aconseja que los cónyuges deben tener "un mismo sentir"; deben ser "compasivos y misericordiosos" el uno con el otro. Parece una meta distante, imposible de ser alcanzada; por lo menos, para Max y su joven esposa. Lo que ellos ignoran es que el matrimonio es la única escuela en que te matriculas, pero nunca te gradúas. La vida en pareja es una vida de constante aprendizaje.
Mucha gente se desespera porque no sabe distinguir los problemas de los conflictos. La vida es la permanente solución de problemas: desde que te levantas hasta que te acuestas por la noche, estás solucionando problemas; cada hora, cada minuto. No existe vida sin problemas. Pero, los problemas no son cataclismos destructores, sino desafíos de crecimiento. Un problema mal resuelto sí se transforma en conflicto. Y los conflictos pueden ser fatales.
Lo que la esposa de Max podría haber hecho esta mañana es preguntar:
-Querido, ¿compraste leche?
Creo que Max hubiese respondido:
-No, mi amor; pero la compro en un minuto.
Después, más calmos, podrían sentarse a conversar sobre los constantes "olvidos" de Max.
Antes de iniciar tus actividades de hoy, recuerda: "Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
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