Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Daniel 9:23.
Daniel había dejado su hogar siendo muy joven, no por voluntad propia, sino por la voluntad del ejército invasor. Por ser descendiente de la realeza israelita, fue llevado a la corte del rey Nabucodonosor, para estudiar artes y ciencias y luego servir en una patria que no le pertenecía.
Ante la desgracia de abandonar a su familia y estar en tierra extraña con gente extraña, Daniel podría haber tomado la actitud de abandonar la fe que sus padres le habían inculcado y vivir disipadamente. ¿No había sido ese mismo Dios el que había permitido que fuera como esclavo a un país invasor? Esa actitud fue la que asumieron muchos de sus compatriotas, pero no él. En esos años de temprana juventud, Daniel se propuso en su corazón ser tan fiel a Dios como le fuera posible, y esa fidelidad la demostró hasta en su alimentación.
La fidelidad de Daniel hacia su Dios, el servicio abnegado y la diligencia en el estudio, lo colocaron en un lugar privilegiado dentro de la realeza babilónica. Creció como estadista, consejero y escritor, y así avanzó en su carrera en la corte babilónica. Cuando el imperio sucumbió bajo la invasión de los medos y persas, ya en su vejez, nuevamente su talento e inteligencia lo ubicaron entre los primeros del reino.
En la corte existía un ambiente de rivalidad y competencia académica, y los más sobresalientes eran elegidos para servir al emperador en el propio palacio. Daniel demostró ser el mejor en ese ambiente, ya que "no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él" (Dan. 6:4).
Años más tarde, cuando servía al emperador Darío, Daniel quiso entender las visiones que había recibido e inició una oración de súplica e intercesión por su pueblo. Se humilló como pecador y solicitó el favor divino para sus compatriotas, cuando su oración fue interrumpida por la presencia del ángel Gabriel que le dijo: "Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado". ¡Qué privilegio el de Daniel! Además de recibir a un visitante celestial llegado para responder a su oración, escuchó de sus labios que el cielo lo consideraba "muy amado".
También tú puedes por la gracia de Dios emular las cualidades de Daniel, si le permites al Espíritu Santo transformar tu vida a la imagen de Jesús.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela
Daniel había dejado su hogar siendo muy joven, no por voluntad propia, sino por la voluntad del ejército invasor. Por ser descendiente de la realeza israelita, fue llevado a la corte del rey Nabucodonosor, para estudiar artes y ciencias y luego servir en una patria que no le pertenecía.
Ante la desgracia de abandonar a su familia y estar en tierra extraña con gente extraña, Daniel podría haber tomado la actitud de abandonar la fe que sus padres le habían inculcado y vivir disipadamente. ¿No había sido ese mismo Dios el que había permitido que fuera como esclavo a un país invasor? Esa actitud fue la que asumieron muchos de sus compatriotas, pero no él. En esos años de temprana juventud, Daniel se propuso en su corazón ser tan fiel a Dios como le fuera posible, y esa fidelidad la demostró hasta en su alimentación.
La fidelidad de Daniel hacia su Dios, el servicio abnegado y la diligencia en el estudio, lo colocaron en un lugar privilegiado dentro de la realeza babilónica. Creció como estadista, consejero y escritor, y así avanzó en su carrera en la corte babilónica. Cuando el imperio sucumbió bajo la invasión de los medos y persas, ya en su vejez, nuevamente su talento e inteligencia lo ubicaron entre los primeros del reino.
En la corte existía un ambiente de rivalidad y competencia académica, y los más sobresalientes eran elegidos para servir al emperador en el propio palacio. Daniel demostró ser el mejor en ese ambiente, ya que "no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él" (Dan. 6:4).
Años más tarde, cuando servía al emperador Darío, Daniel quiso entender las visiones que había recibido e inició una oración de súplica e intercesión por su pueblo. Se humilló como pecador y solicitó el favor divino para sus compatriotas, cuando su oración fue interrumpida por la presencia del ángel Gabriel que le dijo: "Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado". ¡Qué privilegio el de Daniel! Además de recibir a un visitante celestial llegado para responder a su oración, escuchó de sus labios que el cielo lo consideraba "muy amado".
También tú puedes por la gracia de Dios emular las cualidades de Daniel, si le permites al Espíritu Santo transformar tu vida a la imagen de Jesús.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
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Por David Brizuela
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