«No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos», Calatas 6: 9.
Lo llamaban «Memo». Era un joven universitario a quien le gustaba vestir con pantalones rotos, llevar el cabello largo y esponjado, y no usar zapatos. Para sus compañeros era normal verlo así.
El muchacho aceptó a Cristo como su Salvador. Un día pensó en ir a una iglesia donde las personas vestían muy elegante. Entró aquella mañana al templo, sin ¿pena ni temor, y fue avanzando lentamente por el pasillo buscando un lugar en dónde sentarse. Ese día la iglesia estaba repleta, así que como no encontró asiento y ya había llegado hasta el frente, decidió sentarse en la alfombra, mirando al pastor que estaba por iniciar el sermón.
Los feligreses habían observado los movimientos de Memo, y cada vez les incomodaba más su presencia. Les molestaba que ese joven, de aspecto tan estrafalario, estuviera sentado ahí, a la vista de todos. El diácono más anciano de la iglesia se levantó de su asiento y con paso lento, apoyándose en su bastón, se dirigió hacia el joven. Todos estaban a la expectativa. ¿Qué iba a suceder? ¿Le iba a prohibir al joven que permaneciera en ese lugar? ¿Le iba a comentar que no era la manera correcta de adorar a Dios?
El pastor también estaba pendiente y decidió no iniciar el sermón hasta ver en qué terminaba todo aquello. Cuando por fin el diácono llegó a donde estaba el muchacho, soltó el bastón y con mucha dificultad se sentó en la alfombra al lado de él. La emoción embargó a los asistentes. Qué mejor sermón que haber presenciado la compasión de aquel anciano.
Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez
Lo llamaban «Memo». Era un joven universitario a quien le gustaba vestir con pantalones rotos, llevar el cabello largo y esponjado, y no usar zapatos. Para sus compañeros era normal verlo así.
El muchacho aceptó a Cristo como su Salvador. Un día pensó en ir a una iglesia donde las personas vestían muy elegante. Entró aquella mañana al templo, sin ¿pena ni temor, y fue avanzando lentamente por el pasillo buscando un lugar en dónde sentarse. Ese día la iglesia estaba repleta, así que como no encontró asiento y ya había llegado hasta el frente, decidió sentarse en la alfombra, mirando al pastor que estaba por iniciar el sermón.
Los feligreses habían observado los movimientos de Memo, y cada vez les incomodaba más su presencia. Les molestaba que ese joven, de aspecto tan estrafalario, estuviera sentado ahí, a la vista de todos. El diácono más anciano de la iglesia se levantó de su asiento y con paso lento, apoyándose en su bastón, se dirigió hacia el joven. Todos estaban a la expectativa. ¿Qué iba a suceder? ¿Le iba a prohibir al joven que permaneciera en ese lugar? ¿Le iba a comentar que no era la manera correcta de adorar a Dios?
El pastor también estaba pendiente y decidió no iniciar el sermón hasta ver en qué terminaba todo aquello. Cuando por fin el diácono llegó a donde estaba el muchacho, soltó el bastón y con mucha dificultad se sentó en la alfombra al lado de él. La emoción embargó a los asistentes. Qué mejor sermón que haber presenciado la compasión de aquel anciano.
Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez
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