Porque Jehová será tu confianza: él evitara que tu pie quede atrapado, (Proverbios 3:26).
Cuan a menudo se nos acercan personas pidiéndonos que oremos por ellas o por algún familiar o conocido que está pasando por momentos difíciles. Parece que se tiene un concepto de la oración como si fuera una varita mágica que podemos utilizar a nuestro antojo, y no para implorar la voluntad divina. Es cierto que Jesús nos enseñó a orar en todo momento, pero siempre sujetos al principio de que debemos pedir con fe y con humildad, reconociendo que la sabiduría y el amor de Dios son superiores a nuestra manera de pensar y divisar el futuro, y por tanto abiertos al hecho de que su voluntad pueda no coincidir con la nuestra.
Varias veces me he visto en situaciones desesperantes. Cuando mi hijo mayor era pequeño, se vio muchas veces afectado por crisis de amigdalitis. Las fiebres eran muy altas y en ocasiones yo me encontraba sola con él en casa, lejos de los recursos médicos, a los que siempre acudimos primero. En cierta ocasión en la que ya no sabía qué más hacer, dejé su cuerpecito empapado en sudor febril y me dirigí a la cocina para tomar un poco de agua. Cuando regresé, vi a mi pequeño sentado en la cuna, con un semblante alegre. Inmediatamente le toqué la frente y la fiebre había desaparecido. Dios había contestado mis oraciones, había estado atento a mis súplicas y había enviado a su ángel para hacer lo que, en mi limitación humana, yo no podía hacer. No siempre Dios nos contesta con la misma rapidez, en algunas ocasiones debemos tener paciencia y esperar en él, pero sin duda él actuará.
Si te sientes con pocas fuerzas para seguir esperando, porque parece que tus plegarias «tardan» en ser contestadas de la manera que anhelas, no albergues dudas. El amor de Dios le hace estar atento a tus súplicas. Sus ojos siempre estarán despiertos. Los tuyos son los que debes cerrar para rogar no por el deseo de tu corazón, sino por descansar en la seguridad de su amor.
El amor no conoce premuras ni tampoco tardanzas.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Cuan a menudo se nos acercan personas pidiéndonos que oremos por ellas o por algún familiar o conocido que está pasando por momentos difíciles. Parece que se tiene un concepto de la oración como si fuera una varita mágica que podemos utilizar a nuestro antojo, y no para implorar la voluntad divina. Es cierto que Jesús nos enseñó a orar en todo momento, pero siempre sujetos al principio de que debemos pedir con fe y con humildad, reconociendo que la sabiduría y el amor de Dios son superiores a nuestra manera de pensar y divisar el futuro, y por tanto abiertos al hecho de que su voluntad pueda no coincidir con la nuestra.
Varias veces me he visto en situaciones desesperantes. Cuando mi hijo mayor era pequeño, se vio muchas veces afectado por crisis de amigdalitis. Las fiebres eran muy altas y en ocasiones yo me encontraba sola con él en casa, lejos de los recursos médicos, a los que siempre acudimos primero. En cierta ocasión en la que ya no sabía qué más hacer, dejé su cuerpecito empapado en sudor febril y me dirigí a la cocina para tomar un poco de agua. Cuando regresé, vi a mi pequeño sentado en la cuna, con un semblante alegre. Inmediatamente le toqué la frente y la fiebre había desaparecido. Dios había contestado mis oraciones, había estado atento a mis súplicas y había enviado a su ángel para hacer lo que, en mi limitación humana, yo no podía hacer. No siempre Dios nos contesta con la misma rapidez, en algunas ocasiones debemos tener paciencia y esperar en él, pero sin duda él actuará.
Si te sientes con pocas fuerzas para seguir esperando, porque parece que tus plegarias «tardan» en ser contestadas de la manera que anhelas, no albergues dudas. El amor de Dios le hace estar atento a tus súplicas. Sus ojos siempre estarán despiertos. Los tuyos son los que debes cerrar para rogar no por el deseo de tu corazón, sino por descansar en la seguridad de su amor.
El amor no conoce premuras ni tampoco tardanzas.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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