«El fruto de la luz consiste en toda bondad», Efesios 5:9.
Si existieran semillas de bondad y las sembraras, ¿qué crees que cosecharías? Bondad, obviamente. Eso le sucedió al famoso pianista polaco Ignacy Paderewski hace muchos años.
Dos muchachos deseaban estudiar en la Universidad de Stanford, pero como no tenían suficientes recursos, se les ocurrió una gran idea: ¿Por qué no pedirle a Paderewski que diera un concierto en beneficio de ellos? Claro, le darían una parte de las ganancias, y el resto lo usarían para costear sus estudios. Platicaron el asunto con el representante del pianista y le pareció bien, pero con la condición de que le garantizaran dos mil dólares. Los dos muchachos hicieron todo lo posible para promover el concierto, pero lamentablemente no asistieron tantas personas como esperaban. Solamente pudieron recaudar mil seiscientos dólares. Después del concierto buscaron al artista, le comunicaron los resultados y entregaron el dinero, además de un vale con el que se comprometían lo más pronto posible a pagarle los cuatrocientos dólares restantes. Pero Paderewski, consciente del motivo por el que habían solicitado su ayuda, no recibió el dinero y rompió el vale. Les dijo que usaran el dinero para estudiar.
Pasó el tiempo y Paderewski llegó a ser primer ministro de Polonia. Después de la Primera Guerra Mundial, el hambre asolaba al país. Solamente una persona pudo ayudar: Herbert Hoover, jefe de la Administración de Alimentos de los Estados Unidos.
Paderewski hizo una cita en París para conocer a Hoover y agradecerle tan bondadoso gesto. «No necesita agradecerme —comentó el funcionario americano-. Yo debo agradecerle, primer ministro Paderewski. Hay algo que quizás usted olvidó hace tiempo, ¡pero yo lo recordaré para siempre! Cuando usted estaba en América, ayudó a dos estudiantes universitarios pobres. ¡Yo era uno de ellos!»
Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez
Si existieran semillas de bondad y las sembraras, ¿qué crees que cosecharías? Bondad, obviamente. Eso le sucedió al famoso pianista polaco Ignacy Paderewski hace muchos años.
Dos muchachos deseaban estudiar en la Universidad de Stanford, pero como no tenían suficientes recursos, se les ocurrió una gran idea: ¿Por qué no pedirle a Paderewski que diera un concierto en beneficio de ellos? Claro, le darían una parte de las ganancias, y el resto lo usarían para costear sus estudios. Platicaron el asunto con el representante del pianista y le pareció bien, pero con la condición de que le garantizaran dos mil dólares. Los dos muchachos hicieron todo lo posible para promover el concierto, pero lamentablemente no asistieron tantas personas como esperaban. Solamente pudieron recaudar mil seiscientos dólares. Después del concierto buscaron al artista, le comunicaron los resultados y entregaron el dinero, además de un vale con el que se comprometían lo más pronto posible a pagarle los cuatrocientos dólares restantes. Pero Paderewski, consciente del motivo por el que habían solicitado su ayuda, no recibió el dinero y rompió el vale. Les dijo que usaran el dinero para estudiar.
Pasó el tiempo y Paderewski llegó a ser primer ministro de Polonia. Después de la Primera Guerra Mundial, el hambre asolaba al país. Solamente una persona pudo ayudar: Herbert Hoover, jefe de la Administración de Alimentos de los Estados Unidos.
Paderewski hizo una cita en París para conocer a Hoover y agradecerle tan bondadoso gesto. «No necesita agradecerme —comentó el funcionario americano-. Yo debo agradecerle, primer ministro Paderewski. Hay algo que quizás usted olvidó hace tiempo, ¡pero yo lo recordaré para siempre! Cuando usted estaba en América, ayudó a dos estudiantes universitarios pobres. ¡Yo era uno de ellos!»
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Por Noemí Gil Gálvez
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