Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea, sin acepción de personas. Santiago 2:1.
Una característica común a todas las sociedades es la de discriminar a las personas. Los títulos académicos, la posición social, la raza, la religión, la edad o el sexo se constituyen dentro de muchos círculos como requisitos para pertenecer o ser rechazado. Mientras que entre los niños no hay distinción, y el que nació en una mansión podría jugar libremente con el niño del barrio más pobre, los adultos crean barreras y se discriminan unos a otros. Tristemente, esa manera de tratar a los demás, poco a poco se transmite de adultos a jóvenes y estos últimos la incorporan como propia.
Ese fue el caso de Daniel, un joven adventista que había llegado de otro país y se inscribió en nuestro colegio. Como todo alumno nuevo intentó integrarse a los que llevaban varios años estudiando juntos, pero su manera de hablar y sus rasgos faciales causaron que los otros jóvenes lo ignoraran y lo hicieran sentirse fuera de lugar. Con el paso de los meses, la soledad y su baja autoestima afectaron su aprendizaje, y todo el proceso resultó en un bajísimo rendimiento académico.
Como consejero de su curso, hablé con él por sus bajas calificaciones, pero en el transcurso de la conversación me di cuenta que el verdadero problema no era su capacidad intelectual, sino el sentido de desprecio que lo oprimía cada día.
¿Por qué en un ambiente cristiano y adventista había discriminación? ¿Por qué, si Dios nos considera a todos hijos suyos e iguales ante su presencia, los hombres edificamos barreras para excluir y separar? La respuesta obvia a estas preguntas es: por causa del pecado. Pero si decimos amar a Dios, ¿no imitaremos a Jesús, que murió por todos sin hacer acepción de personas?
No tienen valor las apariencias de religión ante Dios, si en el fondo del corazón albergamos el desprecio por otro ser humano. De nada valen los actos de bondad y desprendimiento, si nos creemos superiores a otros. La verdadera religión valora a todos por igual, como lo hizo Jesús, que se identificó con los publícanos, las rameras, los samaritanos y los más pobres, haciendo a un lado su título divino de Creador de toda la tierra.
Hoy Jesús te invita a que seas su amigo y lo imites en este aspecto. Acepta a todos por igual así como él te acepta a ti.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela
Una característica común a todas las sociedades es la de discriminar a las personas. Los títulos académicos, la posición social, la raza, la religión, la edad o el sexo se constituyen dentro de muchos círculos como requisitos para pertenecer o ser rechazado. Mientras que entre los niños no hay distinción, y el que nació en una mansión podría jugar libremente con el niño del barrio más pobre, los adultos crean barreras y se discriminan unos a otros. Tristemente, esa manera de tratar a los demás, poco a poco se transmite de adultos a jóvenes y estos últimos la incorporan como propia.
Ese fue el caso de Daniel, un joven adventista que había llegado de otro país y se inscribió en nuestro colegio. Como todo alumno nuevo intentó integrarse a los que llevaban varios años estudiando juntos, pero su manera de hablar y sus rasgos faciales causaron que los otros jóvenes lo ignoraran y lo hicieran sentirse fuera de lugar. Con el paso de los meses, la soledad y su baja autoestima afectaron su aprendizaje, y todo el proceso resultó en un bajísimo rendimiento académico.
Como consejero de su curso, hablé con él por sus bajas calificaciones, pero en el transcurso de la conversación me di cuenta que el verdadero problema no era su capacidad intelectual, sino el sentido de desprecio que lo oprimía cada día.
¿Por qué en un ambiente cristiano y adventista había discriminación? ¿Por qué, si Dios nos considera a todos hijos suyos e iguales ante su presencia, los hombres edificamos barreras para excluir y separar? La respuesta obvia a estas preguntas es: por causa del pecado. Pero si decimos amar a Dios, ¿no imitaremos a Jesús, que murió por todos sin hacer acepción de personas?
No tienen valor las apariencias de religión ante Dios, si en el fondo del corazón albergamos el desprecio por otro ser humano. De nada valen los actos de bondad y desprendimiento, si nos creemos superiores a otros. La verdadera religión valora a todos por igual, como lo hizo Jesús, que se identificó con los publícanos, las rameras, los samaritanos y los más pobres, haciendo a un lado su título divino de Creador de toda la tierra.
Hoy Jesús te invita a que seas su amigo y lo imites en este aspecto. Acepta a todos por igual así como él te acepta a ti.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela
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