Una mujer enferma … tocó el aborde de su manto. (Mateo 9:20).
Esta historia tan conocida sigue irrumpiendo con fuerza en nuestro escenario moderno. La enfermedad llega hasta nosotros a causa de la contaminación y la degradación del ser humano y de su entorno. Se ha demostrado científicamente que la mujer tiene mayor propensión al dolor físico que el hombre, pero al parecer tenemos también una mayor resistencia ante el, que nos permite vivir más años que el sexo masculino.
Ante la enfermedad tenemos dos opciones: dejar que nos consuma o cambiar el llanto por una sonrisa. Mi experiencia particular me ha llevado a quejarme muchas veces porque mi espíritu se revela ante el padecimiento tísico. A veces pienso que si tuviera mejor salud podría hacer esto o aquello, pero las palabras que Dios dijo al apóstol Pablo, resuenan en mis oídos: «Bástate mi gracia» (2 Cor. 12: 9).
La experiencia de la hermana White también constituye un bálsamo para cuando me siento triste o incomprendida. Si lo analizamos desde el punto de vista humano, podemos pensar que si ella, tan limitada por la salud, hizo tan grandes cosas, ¿por qué Dios no le permitió tener una salud de hierro para que hiciera más? Parece lógico, pero la lógica humana carece de sentido frente, a la sabiduría del Dios todopoderoso, quien nos llama, nos capacita, y nos guía. Por eso, frente al dolor y la enfermedad, no nos quejemos, pongámonos en las manos del Dios de lo imposible y experimentaremos lo posible en nuestras vidas.
La te de la sencilla mujer del texto de hoy la llevó a obrar más alia de las posibilidades humanas. Desahuciada por la ciencia médica y rechazada por la sociedad, llegó a Jesús, confiando en que si solo alcanzaba a tocar su manto, quedaría sana de su enfermedad. Su temor le impedía hablar con Jesús cara a cara, pero su le la impulsó a acercarse a él. A veces nuestra almohada recoge nuestras lágrimas, pero Jesús enjuga tus lágrimas y te ofrece no solo la sanidad física, sino la espiritual.
Experimenta un cambio total en tu vida. Toca el manto de Jesús. Ruega fervientemente en tu corazón: «Señor, sana mi vicia, y clame el gozo de la salvación».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Esta historia tan conocida sigue irrumpiendo con fuerza en nuestro escenario moderno. La enfermedad llega hasta nosotros a causa de la contaminación y la degradación del ser humano y de su entorno. Se ha demostrado científicamente que la mujer tiene mayor propensión al dolor físico que el hombre, pero al parecer tenemos también una mayor resistencia ante el, que nos permite vivir más años que el sexo masculino.
Ante la enfermedad tenemos dos opciones: dejar que nos consuma o cambiar el llanto por una sonrisa. Mi experiencia particular me ha llevado a quejarme muchas veces porque mi espíritu se revela ante el padecimiento tísico. A veces pienso que si tuviera mejor salud podría hacer esto o aquello, pero las palabras que Dios dijo al apóstol Pablo, resuenan en mis oídos: «Bástate mi gracia» (2 Cor. 12: 9).
La experiencia de la hermana White también constituye un bálsamo para cuando me siento triste o incomprendida. Si lo analizamos desde el punto de vista humano, podemos pensar que si ella, tan limitada por la salud, hizo tan grandes cosas, ¿por qué Dios no le permitió tener una salud de hierro para que hiciera más? Parece lógico, pero la lógica humana carece de sentido frente, a la sabiduría del Dios todopoderoso, quien nos llama, nos capacita, y nos guía. Por eso, frente al dolor y la enfermedad, no nos quejemos, pongámonos en las manos del Dios de lo imposible y experimentaremos lo posible en nuestras vidas.
La te de la sencilla mujer del texto de hoy la llevó a obrar más alia de las posibilidades humanas. Desahuciada por la ciencia médica y rechazada por la sociedad, llegó a Jesús, confiando en que si solo alcanzaba a tocar su manto, quedaría sana de su enfermedad. Su temor le impedía hablar con Jesús cara a cara, pero su le la impulsó a acercarse a él. A veces nuestra almohada recoge nuestras lágrimas, pero Jesús enjuga tus lágrimas y te ofrece no solo la sanidad física, sino la espiritual.
Experimenta un cambio total en tu vida. Toca el manto de Jesús. Ruega fervientemente en tu corazón: «Señor, sana mi vicia, y clame el gozo de la salvación».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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