Hay personas que jamás olvidamos: el tiempo pasa, la juventud se va, las arrugas aparecen, como surcos que abre el tiempo; pero, el recuerdo de ellas perdura. Su influencia es semejante a un perfume que insiste en quedar impregnado en la piel. Creo que Pedro era una de esas personas. Los últimos años de su vida, la gente seguía colocando lechos y camas con la idea de que, al pasar el apóstol, "a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos".
Me emociona leer esto, porque este Pedro que las personas seguían por todos lados era el mismo que, una noche oscura y fría de invierno, había negado al Señor Jesús. En aquel momento, después de que el gallo cantara por tercera vez, el derrotado Pedro corrió desesperado, rumbo a las tinieblas de su propia consciencia. El martilleo de la culpa lo golpeaba, inclemente: había traicionado a su Maestro; lo había abandonado en el momento en que el Señor más lo necesitaba.
El rayar de un nuevo día encontró a un hombre hecho pedazos. El enemigo le susurraba: "Tú ya no vales nada, ¿por qué no te ahorcas, como lo hizo Judas?" En el silencio del alba, sin embargo, recordó aquella mirada de Jesús, al cruzar el patio del Templo. Humillado, azotado, burlado, el Maestro le expresó, en aquella mirada: "Tú, Pedro, lo arruinaste todo. Pero, yo vine para hacer todo de nuevo. Confía en mí; yo te sigo amando". Fue aquella mirada lo que lo animó a creer que era posible levantarse. Y se levantó. Cayó de rodillas, pidiendo perdón, y se irguió. Antes de levantarte, es necesario caer arrodillado, y reconocer que tú no puedes. El poder de Dios solo se manifiesta en el alma contrita y humilde.
Poco tiempo después, encontramos a Pedro ordenando al paralítico: "No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesús te digo, levántate y anda". Y el hombre salió, saltando como un niño.
Sí, algunas personas van y vienen. Pero otras, como Pedro, llegan a tu vida y, a partir de ese momento, jamás eres el mismo: su influencia marca, impresiona e inspira.
Haz de este día un día de inspiración. Utiliza tu influencia para el bien. Pide a Dios que, por donde fueres, las personas deseen estar a tu lado, aunque sea para recibir tu sombra. Que tu vida y tu influencia sean como las de Pedro: "Tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
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