Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. Deuteronomio 14:22.
En nuestros días, para muchos parece una locura entregarle dinero a una entidad religiosa. Por la cantidad de estafas y fraudes realizados en el nombre de Dios, la mayoría de las personas se han vuelto descreídas.
Eduardo era un joven que había quedado a cargo de su hogar. Con algo más de veinte años, sus padres ya habían muerto y vivía con dos de sus hermanas que todavía estaban solteras. La economía de su hogar parecía ir permanentemente en bancarrota, y aunque tomaba medidas para salir de sus deudas, todos los esfuerzos parecían infructuosos. En ese momento de su vida comenzó a asistir a una campaña evangelizadora de la Iglesia Adventista, y al tomar los estudios bíblicos, Dios tocó su corazón. Luego de meses de estudio, comprendió el tema del diezmo y tomó la decisión de ser fiel con sus ingresos. A la vista de sus familiares parecía una locura. ¿Cómo haría para salir de las deudas con el noventa por ciento de sus ingresos, si con el cien por ciento no daba a basto para los gastos del hogar?
En este sentido, las matemáticas divinas funcionan diferentes a las humanas, porque un noventa por ciento con la bendición divina es infinitamente superior a la totalidad sin esa bendición. Quizá parezca ilógico y hasta imposible, pero así funciona. Dios, el Padre eterno que es dueño de todos los recursos del mundo, nos entrega temporalmente todos los bienes que poseemos, y para recordarnos que solo somos administradores de sus riquezas nos pide que devolvamos el diez por ciento de lo que ganamos.
Soy consciente que para muchos no es sencillo entregar el diezmo, ya que el egoísmo humano racionaliza el tema, y en muchos casos se descarta a Dios de la vida para ignorar este mandato. Pero al comprender que todo lo que poseemos no nos pertenece, sino a Dios, existe un alivio que solo experimenta el que lo vive. Mi casa, mi auto, mis muebles y mi dinero le pertenecen a él. Pero esto no termina aquí, porque también mis deudas y mis planes financieros futuros son propiedad de Dios.
Quizá te preguntes cómo terminó la historia de Eduardo, y con alegría puedo decir que fue uno de los que puso en práctica el consejo del versículo de hoy. No solo salió de sus deudas, sino que también experimentó la paz que sienten los que hacen la voluntad divina.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel
En nuestros días, para muchos parece una locura entregarle dinero a una entidad religiosa. Por la cantidad de estafas y fraudes realizados en el nombre de Dios, la mayoría de las personas se han vuelto descreídas.
Eduardo era un joven que había quedado a cargo de su hogar. Con algo más de veinte años, sus padres ya habían muerto y vivía con dos de sus hermanas que todavía estaban solteras. La economía de su hogar parecía ir permanentemente en bancarrota, y aunque tomaba medidas para salir de sus deudas, todos los esfuerzos parecían infructuosos. En ese momento de su vida comenzó a asistir a una campaña evangelizadora de la Iglesia Adventista, y al tomar los estudios bíblicos, Dios tocó su corazón. Luego de meses de estudio, comprendió el tema del diezmo y tomó la decisión de ser fiel con sus ingresos. A la vista de sus familiares parecía una locura. ¿Cómo haría para salir de las deudas con el noventa por ciento de sus ingresos, si con el cien por ciento no daba a basto para los gastos del hogar?
En este sentido, las matemáticas divinas funcionan diferentes a las humanas, porque un noventa por ciento con la bendición divina es infinitamente superior a la totalidad sin esa bendición. Quizá parezca ilógico y hasta imposible, pero así funciona. Dios, el Padre eterno que es dueño de todos los recursos del mundo, nos entrega temporalmente todos los bienes que poseemos, y para recordarnos que solo somos administradores de sus riquezas nos pide que devolvamos el diez por ciento de lo que ganamos.
Soy consciente que para muchos no es sencillo entregar el diezmo, ya que el egoísmo humano racionaliza el tema, y en muchos casos se descarta a Dios de la vida para ignorar este mandato. Pero al comprender que todo lo que poseemos no nos pertenece, sino a Dios, existe un alivio que solo experimenta el que lo vive. Mi casa, mi auto, mis muebles y mi dinero le pertenecen a él. Pero esto no termina aquí, porque también mis deudas y mis planes financieros futuros son propiedad de Dios.
Quizá te preguntes cómo terminó la historia de Eduardo, y con alegría puedo decir que fue uno de los que puso en práctica el consejo del versículo de hoy. No solo salió de sus deudas, sino que también experimentó la paz que sienten los que hacen la voluntad divina.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
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