miércoles, 14 de septiembre de 2011

SUBDUCCIÓN

Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batalla contra el alma. (1 Pedro 2:11).

La placa del Pacífico (placa tectónica más grande del planeta) se expande lenta y constantemente hacia el oeste. Como la corteza oceánica de la placa del Pacífico es más densa que la corteza continental de Guaní y de las Islas Marianas, esta corteza se introduce bajo las islas. A lo largo de la línea donde las placas entran en contacto, se generan frecuentes movimientos telúricos superficiales. Pero cuando esta se hunde a mayor profundidad, su movimiento genera intensos terremotos y se funden por el calor interno del planeta Tierra. Siendo que la roca fundida es menos densa que la materia circundante, esta asciende a la superficie convirtiéndose en volcanes. Este proceso de hundimiento de una placa litosférica bajo otra en un límite convergente es lo que se denomina subducción.
Pudiéramos comparar la obra que realiza el Espíritu Santo en nosotras con este proceso de subducción que acabamos de describir. Cuando su influencia se introduce bajo nuestra débil corteza espiritual, ocurren ciertos movimientos en nuestro carácter que provocan cambios en el exterior. Y si nos dejamos sacudir fuertemente por su influencia, saldrán de nuestro interior formidables minerales que quemarán las impurezas acumuladas por nuestra pasada manera de vivir y nos proporcionarán grandes beneficios. Toda esta belleza natural es el resultado de la guerra interior contra las concupiscencias carnales. Así como la lava de un volcán proporciona minerales utilizados para porcelanas y vidrios, nuestra vida se convierte en un vapor de agua que se emplea para generar energía espiritual.
La belleza de un volcán es tan indescriptible como la obra del Espíritu Santo en nosotros. No se puede explicar con palabras, solo podemos contemplarla y recibir sus frutos. Conviértete en un volcán espiritual. Colócate al lado de Cristo en tu lucha contra el mal. Deja que su obra produzca en ti tal movimiento tectónico que sacuda todos los malos rasgos de tu carácter. Entonces abonarás a las personas que te rodean y podrás mostrarle a Dios hermosos adornos espirituales.
El Espíritu Santo produce en ti abundantes y magníficos frutos de amor.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

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