Amarás a Jehová, tu Dios, de toda tu alma y con todas tus fuerzas. ( Deuteronomio 6:5)
Las fuerzas están muy relacionadas con la voluntad. La voluntad es esa facultad que todos tenemos de decidir y ordenar nuestra propia conducta, es esa disposición, ese libre albedrío, esa intencionalidad con la que hacemos cada cosa. Los actos de voluntad son lo contrario a los actos reflejos, en los que no hay intencionalidad.
Algunas versiones de la Biblia utilizan en este versículo la palabra «poder» en lugar de «fuerzas» o «voluntad». La palabra «poder» significa «autoridad», «dominio», y tiene como sinónimos las palabras «lograr», «conseguir», «obtener» y «alcanzar». Podemos concluir que aunque ambos términos están estrechamente relacionados, existe una diferencia entre la voluntad y el poder.
1. Voluntad: Razón que nos lleva a desear hacer ciertos actos.
2. Poder: Facultad de lograr esos actos.
Siendo que nuestra voluntad es débil, carecemos del poder necesario para enfrentar al enemigo y salir victoriosos. ¿Qué, pues, podemos hacer para amar a Dios con toda nuestra voluntad y poder?
En la Biblia leemos: «Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos» (Rom. 5: 6). Una vez que aceptamos nuestra debilidad hemos dado el primer paso para poder recibir la muerte de Cristo como fuente de nuestra victoria. Cristo es el único capaz de producir en nosotras esa fuerza que para muchos es misteriosa e incomprensible. El apóstol Pablo nos exhorta a ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor (ver Fil. 2: 12). En otras palabras: «Preocúpate por lu salvación, pero no trates de salvarte tú misma, porque Dios es el que en ti produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (ver Fil. 2: 13).
¿Comprendes? Esa raíz que puede producir frutos en tu vida es Cristo. Afórate a él. No dejes que este mundo, con sus trampas y deleites, te separe de la única fuente de poder que existe. Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
«Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 15: 57).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Las fuerzas están muy relacionadas con la voluntad. La voluntad es esa facultad que todos tenemos de decidir y ordenar nuestra propia conducta, es esa disposición, ese libre albedrío, esa intencionalidad con la que hacemos cada cosa. Los actos de voluntad son lo contrario a los actos reflejos, en los que no hay intencionalidad.
Algunas versiones de la Biblia utilizan en este versículo la palabra «poder» en lugar de «fuerzas» o «voluntad». La palabra «poder» significa «autoridad», «dominio», y tiene como sinónimos las palabras «lograr», «conseguir», «obtener» y «alcanzar». Podemos concluir que aunque ambos términos están estrechamente relacionados, existe una diferencia entre la voluntad y el poder.
1. Voluntad: Razón que nos lleva a desear hacer ciertos actos.
2. Poder: Facultad de lograr esos actos.
Siendo que nuestra voluntad es débil, carecemos del poder necesario para enfrentar al enemigo y salir victoriosos. ¿Qué, pues, podemos hacer para amar a Dios con toda nuestra voluntad y poder?
En la Biblia leemos: «Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos» (Rom. 5: 6). Una vez que aceptamos nuestra debilidad hemos dado el primer paso para poder recibir la muerte de Cristo como fuente de nuestra victoria. Cristo es el único capaz de producir en nosotras esa fuerza que para muchos es misteriosa e incomprensible. El apóstol Pablo nos exhorta a ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor (ver Fil. 2: 12). En otras palabras: «Preocúpate por lu salvación, pero no trates de salvarte tú misma, porque Dios es el que en ti produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (ver Fil. 2: 13).
¿Comprendes? Esa raíz que puede producir frutos en tu vida es Cristo. Afórate a él. No dejes que este mundo, con sus trampas y deleites, te separe de la única fuente de poder que existe. Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
«Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 15: 57).
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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