Pido, pues, que conozcan ese amor, que es mucho más grande que todo cuanto podemos conocer. Pablo
¡Cómo nos delatan las palabras, dejando al descubierto los valares de la cultura en la que vivimos! Frecuentemente recurrimos a la expresión “amor incondicional”, entendiendo por ello un amor que se da sin esperar nada a cambio. ¡Como si existiera tal cosa como el “amor condicional”! ¿Qué clase de amor actúa esperando algo a cambio? ¿Qué amor es ese que no puede situarse por encima de los errores de la otra persona, que no es capaz de comprometerse, de mostrar lealtad y respeto? Llámalo como quieras, menos amor. El amor no necesita adjetivos; el amor es incondicional, o no es amor.
No tenemos muchos modelos de amor real en la televisión, ni en la prensa, ni en los libros… tampoco abunda a nuestro alrededor, quizá por eso nos hemos conformado con sucedáneos del amor. Resulta evidente que no conocemos ese amor del que hablaba el apóstol Pablo, que es “mucho más grande que todo cuanto podemos conocer” (Efe. 3:19), y que nunca se acaba. Quizá no lo conocemos porque no lo buscamos donde puede ser hallado; no leemos sobre él cada mañana, ni meditamos en él tanto como sería deseable. ¿Quieres saber cómo es el amor? Haz de la Biblia tu libro de cabecera, pues en ella se encuentra la cultura del amor de Dios.
En la Biblia descubrimos que Dios, al contrario que nosotros, nunca nos niega su amor (Sal. 66:20), aunque se da cuenta de que el amor que nosotros le mostramos “es como la niebla de la mañana, como el rocío de madrugada, que temprano desaparece” (Ose. 6:4). A pesar de ello, “¡el amor de Dios es constante!” (Sal. 52:1). Toda una lección. “ ‘Aunque las montañas cambien de lugar y los cerros se vengan abajo, mi amor por ti no cambiará ni se vendrá abajo mi alianza de paz’. Lo dice el Señor, que se compadece de ti” (Isa. 54:10).
Cuando podamos comprender “cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo” (Efe. 3:18), tal vez comencemos a poner en práctica ese mismo tipo de amor, que es el único que realmente existe. “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:8); por eso, busquemos a Dios, y aprendamos a amar de verdad.
“Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien” (Heb. 10:24).
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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