Honraré a los que me honren. 1 Samuel 2:30.
Okinawa fue una de las batallas más sangrientas del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Durante unos 82 días de lucha, murieron alrededor de noventa mil japoneses y unos cincuenta mil soldados de los Aliados. El objetivo de los Aliados era convertir a Okinawa en una base para desde allí preparar la invasión a Japón.
La división a la que pertenecía Desmond Doss tenía que escalar un cerro escarpado y luego tomar posesión de la meseta que se encontraba en la cima. Pero los japoneses eran superiores en número, y estaban bien atrincherados.
Era el sábado 5 de mayo de 1945, cuando la Unidad B, integrada por 155 hombres, se dispuso a escalar la cuesta. Según relata Francés Doss, Desmond estaba estudiando folleto de Escuela Sabática cuando el capitán Vernon le avisó que tenía que ponerse en camino.
Con ayuda de una red atada a un árbol ubicado en la cima del cerro, los 155 hombres escalaron la pendiente. Pero una vez arriba, los japoneses descargaron un ataque tan feroz que el capitán Vernon tuvo que ordenar la retirada. Solo 55 soldados lograron bajar por sus propios medios. El resto fue alcanzado por la lluvia de balas.
En medio de la confusión reinante, Desmond decidió ayudar a sus compañeros, comenzando por el herido que tenía más cerca. Lo llevó al punto por donde habían subido, tomó una soga, la amarró de un árbol cercano, y lo bajó en una camilla.
Cuando los compañeros que habían logrado bajar vieron descender la camilla, se dieron cuenta de lo que estaba pasando. Entonces el capitán Vernon le ordenó a Demond que bajara, porque lo iban a matar, pero él no obedeció. Fue a rescatar a un segundo, luego un tercero, luego a otro y otro y otro... Después de cada rescate, oraba: «Señor, ayúdame a rescatar a uno más».
Al cabo de cinco horas, Desmond había logrado rescatar a 75 soldados, entre ellos algunos de los que se burlaban de él. Cuando regresó al campamento, empapado en sangre y rodeado de moscas, Desmond ya no era el despreciable «hijito de mamá». Ahora era el héroe de Okinawa.
¿Cómo explicar que, mientras rescataba a sus compañeros, Desmond no sufrió un solo rasguño? Dios cuidó de su hijo fiel. Y también lo honro ante quienes lo habían humillado.
Señor, gracias porque hoy cuidarás de mí, y me honrarás ante quienes me quieran deshonrar.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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