El pago que da el pecado es la muerte. Romanos 6:23.
Si una victoria pírrica es la que se obtiene pagando un precio demasiado elevado, entonces esa fue la clase de victoria que Rebeca y su hijo Jacob obtuvieron cuando engañaron a Isaac.
Ya conoces los detalles de la historia. Aunque Esaú era el hijo mayor, Dios había prometido que serviría al menor (Gen. 25:23). Sería Jacob, no Esaú, quien recibiría la bendición de Dios. De la descendencia de Jacob nacería el Salvador del mundo. Pero Isaac pensaba diferente. A pesar de que Esaú ya había despreciado este privilegio al venderlo por un plato de lentejas (Gen. 25:29-34), Isaac insistía en concedérselo (ver Patriarcas y profetas, p.159).
La Escritura explica el porqué: «Isaac quería más a Esaú, porque le gustaba comer de lo que él cazaba» (Gen. 25: 28). Fue así que, cuando Isaac pensó que había llegado la hora de morir, decidió otorgar a su hijo predilecto la bendición.
Entonces le pidió a Esaú que le preparara su comida favorita. Lo que no imaginó fue que Rebeca, quien «prefería a Jacob», estaba escuchando la conversación y, aprovechándose de la ceguera de Isaac, arregló las cosas para que Jacob engañara a su padre y recibiera su bendición (ver Gen. 27:5-29).
Rebeca, por cierto, logró su objetivo. Y también Jacob, quien se prestó al engaño. Pero, ¡a qué precio! Al enterarse de lo ocurrido, la ira de Esaú no conoció límites y resolvió matar a su hermano. Jacob debió huir de su casa y Rebeca nunca más vio el rostro de su hijo predilecto.
Una victoria pírrica, eso fue lo que logró Rebeca. Lo peor es que Dios ya había prometido que Jacob sería el heredero que recibiría la primogenitura. ¿Por qué, entonces, recurrir al engaño? En cuanto a Jacob, Elena G. de White escribe: «En solamente una hora se había acarreado una larga vida de arrepentimiento» (Ibíd., p. 160).
¡Muy triste! No sé qué es lo que más deseas en la vida (un matrimonio feliz, una profesión exitosa, buena salud o el aprecio de tus amigos), pero una cosa es cierta: por muy bueno que sea lo que anhelas, no intentes alcanzarlo ignorando a Dios o violando los principios de su Palabra. ¡Te aseguro que no vale la pena!
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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