«Amad, pues, a vuestros enemigos, haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es benigno para con los ingratos y malos» (Lucas 6: 35).
Hay muchas clases de buenas obras. Dar comida y ropa a los pobres es una buena obra. Visitar a las viudas y ayudar a los huérfanos son buenas acciones. Ayudar en la iglesia enseñando a los niños, trabajando con los conquistadores, como maestro de Escuela Sabática o sirviendo como diácono o anciano son también buenas obras.
Sin embargo, las obras verdaderamente buenas proceden de un buen corazón. Esta lista de buenas obras también la puede llevar a cabo una persona que, aunque sincera, todavía no ha entregado su corazón a Jesús.
Las verdaderas buenas acciones surgen de un corazón nuevo. Son el resultado de la obra del Espíritu Santo y reflejan el desarrollo de un carácter renovado. Además de ver el bien que hacemos, la gente tiene que ver que somos distintos del mundo. Además de nuestras obras, el mundo tiene que poder ver que Jesús habita en nosotros. Como él mismo dijo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mat 5: 16).
Dar a los necesitados no debe ser regalar cualquier cosa que hayamos encontrado y que ya no nos es útil; esa acción debe proceder de la abnegación. Una persona abnegada pone a los demás en primer lugar. La autoindulgencia se fija primero en el yo. Muchas veces Jesús señaló a sus oyentes que los fariseos hacían buenas obras para impresionar a los demás.
Cuando era niño, si yo quería que mi madre hiciera algo especial para mí, me ofrecía a hacer algo por ella. Mi egoísta idea era que, si le hacía un favor, era más probable que luego ella accediera a mi petición. Tal vez usted haya tenido también la oportunidad de que alguien le haya hecho un favor. En consecuencia, quizá usted sintió que tenía que devolverlo, no porque usted quisiera, sino porque se sentía obligado.
Jesús dijo: «Haced bien y prestad, no esperando de ello nada; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo: porque él es benigno para con los ingratos y malos» (Luc. 6: 35, la cursiva es nuestra).
Hoy trate de hacer una buena obra, incluso si la persona a quien ayuda no se lo agradece. (Basado en Mateo 5:14-16).
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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