El amor [...] no es egoísta. 1 Corintios 13:4,5, NVI.
Ravi Zacharias, un conocido escritor, cuenta que en una clase universitaria el profesor abordó el tema del amor.
—Quiero que ustedes sepan —dijo a los estudiantes— que el amor implica trabajo duro.
A Zacharias no le pareció acertada esa opinión. Entonces pidió la palabra.
—Profesor —dijo—, no estoy de acuerdo con eso de que el amor implica trabajo duro.
Mirándolo fijamente, el profesor le respondió con otra pregunta:
—Ravi Zacharias, ¿estás casado?
—No, señor.
—Entonces ¿por qué no te callas la boca y te sientas? No tienes idea de lo que estás diciendo.
Varios años después de ese incidente, Zacharias, ya casado, escribió: «El profesor tenía razón. El amor implica trabajo duro. [...]. Es el trabajo en el que nunca tendrás derecho a vacaciones» (I, Isaac, Take Thee, Rebeban [Yo Isaac, te tomo a ti, Rebeca], p.31).
¿Tú qué piensas? Si estás enamorado o enamorada, es probable que ahora mismo te estés preguntando cómo se le ocurre al pastor Zabala incluir estas ideas en su matutina, en especial después de haber escrito un libro donde dice que se casaría de nuevo con su esposa.
Permíteme que te lo explique. Amar de verdad es difícil porque nuestra naturaleza es egoísta. No nos engañemos. ¿Qué quiere la persona que se casa? Quiere ser feliz. Quiere tener a su lado alguien que la atienda, le brinde seguridad, procure su bienestar, etc. El problema es que la pareja de esta persona también quiere las mismas cosas. ¿Cuál crees que será el resultado cuando en un matrimonio cada uno espera que el otro lo haga feliz? El resultado es la infelicidad.
La felicidad se logra cuando yo decido amar a mi pareja incondicionalmente; es decir, sin esperar que me ame. La felicidad es servir al otro, sin esperar que me sirva. En pocas palabras, implica casarse para hacer feliz a la otra persona, no para que ella me haga feliz a mí. Y esto implica trabajo duro.
¿Es imposible, entonces, la felicidad en el matrimonio? No, si le pedimos a Dios que nos ayude a amar a nuestra pareja de la misma manera que él nos ama: sin egoísmo, sin condiciones.
Lo maravilloso, y a la vez misterioso, es que cuando amas de esa manera, entonces también eres amado. Porque el amor engendra amor.
Señor Jesús, llena mi corazón de tu amor. Solo así podré amar de la manera que tú me amas: sin condiciones.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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