«Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16: 24).
El asesinato del Hijo de Dios fue el crimen más horrendo jamás perpetrado. La muerte por crucifixión no tenía significado simbólico alguno; su único objetivo era causar una muerte lenta, dolorosa y expuesta al público.
La víctima veía cómo sus muñecas, y no las palmas de las manos (porque estas no pueden soportar el peso del cuerpo), eran atravesadas con clavos. A menudo, quebraban las piernas del crucificado para que muriera más rápidamente. La mayoría de los crucificados morían de deshidratación y fatiga, no a causa de la pérdida de sangre o las heridas. La crucifixión era una muerte horrible, dolorosa y lenta, en la que la víctima podía agonizar durante días antes de morir.
En la antigua Roma, el que llevaba una cruz a cuestas y empezaba a andar por el camino que lo conducía al lugar de crucifixión ya se había despedido de sus amigos. Sabía que no iba a volver. La cruz no tenía compasión. Era un punto final. Una vez levantada, golpeaba con fuerza y crueldad hasta que, cuando terminaba su obra, la víctima estaba muerta. En la cruz no se «mata el tiempo» como en la cárcel.
«Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí» (Mat. 10:38). Pensar que, puesto que Jesús sufrió por nosotros, nos libraremos de todo sufrimiento es cómodo; pero nada más lejos de la verdad. Él dijo: «En el mundo tendréis aflicción» (Juan 16:33). Algunos llevan una crucecita colgando de una cadena alrededor del cuello porque así, creen, van a la moda. La cruz que Jesús dice que tenemos que cargar no es algo que se lleve en una cadenita o colgando del retrovisor de un automóvil.
Llevar la cruz de Jesús es sufrir por su causa. El sufrimiento no es nada nuevo. La gente sufre por muchas razones. Pero sufrir por causa de Cristo es otra cosa. No obstante, la Biblia dice: «Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución» (2 Tim. 3:12).
Thomas Shepard escribió la letra de un himno cuyas palabras hoy son un desafío para nosotros: «¿Deberá Jesús la cruz llevar / y el hombre en cambio no? / No, cada cual su cruz tendrá: / la mía llevo yo» (Himnario adventista, ed. 1962, n" 263). Basado en Mateo 10:38,39
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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