Acerquémonos, pues, con confianza al trono de nuestro Dios amoroso, para que él tenga misericordia de nosotros y en su bondad nos ayude en la hora de necesidad. Hebreos 4:16
De todos los soldados al servicio del emperador Carlomagno, Roldan era el más valiente y famoso. Pero era también el más orgulloso. Cierto día el emperador decidió darle un regalo a su valiente comandante. Se trataba de un cuerno de marfil que había pertenecido a su abuelo Carlos Martel.
—¿Crees que puedas soplarlo? —preguntó Carlomagno a Roldan. —Déjeme probar.
Y probó. El sonido fue tan fuerte que Carlomagno tuvo que taparse los oídos. —Es tuyo —le dijo el emperador a Roldan—. Si algún día te encuentras en aprietos, solo tienes que hacerlo sonar.
Ese día llegó. Se cree que fue el 15 de agosto del año 778 d.C. Roldan cruzaba los Pirineos al frente de un batallón de unos cien soldados. Su misión era cubrir la retaguardia a las tropas del emperador. De pronto fueron atacados por un ejército numéricamente muy superior. De inmediato, Oliverio, su compañero de mil batallas, se dio cuenta de que no podrían prevalecer. —¡Sopla el cuerno, Roldan! ¡Sóplalo! —Podemos derrotarlos sin ayuda —replicó Roldan.
Cuando Roldan se dio cuenta de que no podrían contra sus enemigos, sopló el cuerno, pero ya era demasiado tarde. Cuando Carlomagno llegó al escenario del enfrentamiento, solo encontró los cuerpos muertos de sus valientes. Entre ellos estaba Roldan, todavía aferrado al cuerno que pudo salvarle la vida, si lo hubiera usado a tiempo.
Si hay un lección que tenemos que aprender temprano en la vida es la de saber cuándo pedir ayuda. «¿Hasta dónde puedo llegar sin ayuda?» «¿Exactamente qué clase de ayuda necesito?» «¿A quién debo acudir en busca de apoyo?»
Es probable que ahora mismo estés necesitando ayuda en tus estudios, o tengas dificultades con tu mejor amigo o amiga. Puede que estés batallando contra algún vicio, o te sientas alejado de Dios. Sea lo que fuera, tienes que saber que la ayuda está a tu disposición. Ahora mismo puedes «sonar el cuerno» y pedir a tu Padre celestial que acuda en tu auxilio. Cerca de ti hay alguien (papá, mamá, el pastor, un amigo o amiga con mayor experiencia) que estará más que dispuesto a «darte una mano de ayuda». Entonces, ¿por qué esperar?
Padre mío, dame sabiduría para saber cuándo y a quién pedir ayuda.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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