No hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a ponerse en claro. Marcos 4:22.
Recuerdo que cuando era niño, cada vez que hacía algo malo no pasaba mucho tiempo sin que mis padres se dieran cuenta. Mi rostro me delataba. Sentía un peso constante sobre mis hombros. El recuerdo de haber hecho algo malo me perseguía todo el tiempo. Por supuesto, era fácil para mis padres percatarse de que algo no andaba bien. Y, ¿sabes qué? Sentía un gran alivio cuando confesaba mi falta y enfrentaba las consecuencias de mi error. Parece absurdo, pero era mejor el castigo que vivir con una conciencia culpable.
Aunque han pasado muchos años, sigo pensando que no vale la pena vivir con pecados secretos. ¿La razón de ello? Recordemos lo que sucedió en una conocida historia bíblica: cuando los hermanos de José lo vendieron como esclavo. Dice el relato que cuando lo vieron acercarse «se dijeron unos a otros: ¡Miren, ahí viene el de los sueños! Vengan, vamos a matarlo; luego lo echaremos a un pozo y diremos que un animal salvaje se lo comió» (Gen. 37:19,20).
Ya sabemos que no lo mataron. Pero pensemos por un momento en esto: Después de lo que hicieron contra José, su hermano, ¿cómo podían esos hombres mirar al rostro de Jacob, su padre, sin turbarse? ¿Será que podían dormir tranquilos viendo a su padre consumirse de dolor por la pérdida de su hijo? Otra cosa: ¿nunca se les ocurrió pensar que «no hay crimen perfecto», que «no hay nada escondido que no llegue a descubrirse»? (Mar. 4:22) ¿No les pasó por la mente que no podemos ocultar ningún pecado ante Dios?
Al menos la historia tuvo un final feliz. Hicieron las paces con su hermano, y Jacob pudo reencontrarse con el hijo que creía muerto. ¡Pero cuánta amargura, cuánta ansiedad, se habrían ahorrado de haber confesado su pecado desde un principio!
¿Hay algún «pecado secreto» en tu vida? Si lo hay, solo tienes dos opciones: puedes confesarlo o puedes ocultarlo. Si lo ocultas, dice la Biblia, no prosperarás, pero si lo confiesas, la promesa divina es que serás perdonado (ver Prov. 28:13). La preciosa sangre de Cristo puede limpiarte ahora mismo. ¿Qué te detiene?
Gracias, Padre celestial, porque la Sangre de Cristo puede perdonar mis pecados y limpiarme de toda maldad.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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