Antes que clamen, yo responderé, mientras aún estén hablando, yo habré oído. (Isaías 65:24)
En su pecado y angustia, los israelitas habían clamado a Dios, pero creían que él estaba muy distante y que era indiferente a sus súplicas y a su gran necesidad. No obstante, Dios les había dicho claramente que sus pecados le impedían escuchar sus plegarias. Sin embargo, prometió que se anticiparía a sus pedidos y les proporcionaría todo lo que pudiera contribuir a su bienestar y a su felicidad.
«Ninguna oración sincera se pierde. En medio de las antífonas del coro celestial, Dios oye los clamores del más débil de los seres humanos. Derramamos los deseos de nuestro corazón en nuestra cámara secreta, expresamos una oración mientras andamos por el camino, y nuestras palabras llegan al trono del Monarca del universo. Pueden ser inaudibles para todo oído humano, pero no morirán en el silencio, ni serán olvidadas a causa de las actividades y ocupaciones que se efectúan. Nada puede ahogar el deseo del alma. Este se eleva por encima del ruido de la calle, por encima de la confusión de la multitud, y llega a las cortes del cielo. Es a Dios a quien hablamos, y nuestra oración es escuchada» (Palabras de vida del gran Maestro, p. 137).
«Un profundo sentido de la necesidad, y un gran deseo de recibir lo que pedimos, deben caracterizar a nuestras oraciones; de lo contrario, no serán escuchadas. Sin embargo, no deberíamos cansarnos de expresar nuestras plegarias porque no recibimos una respuesta inmediata. "El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan" (Mat. 11:12). Esta violencia quiere decir ahínco santo, semejante al que manifestó Jacob. No es necesario que intentemos producir en nosotros una emoción intensa. En nuestras peticiones debemos insistir ante el trono de la seguridad en forma tranquila y persistente. Tenemos que humillarnos delante de Dios, confesar nuestros pecados y con fe acercarnos a él» (Recibiréis poder, p. 29).
«Cuando Jesús estuvo sobre la tierra, enseñó a sus discípulos a orar. Les enseñó a presentar a Dios sus necesidades diarias y a confiarle todas sus preocupaciones. Y la seguridad que les dio de que sus oraciones serían escuchadas, se nos da a nosotros también» (El camino a Cristo, cap 11, p. 138).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Isabel Salinas de Martín
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