«¿Quién como tú, Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?» (Éxodo 15:11).
Desde hace muchos años, nuestra familia tiene la costumbre de reunirse en una cena especial todos los viernes por la noche. Ponemos la mejor vajilla y el mejor juego de cubiertos. Adornamos la mesa con velas. La noche del viernes me gusta que en casa haya velas. Después de todo, Jesús es la Luz del mundo y nos dice que tenemos que hacer que nuestra luz brille. Antes de comer, nos sentamos alrededor de la mesa y cantamos. Si solo estamos mi esposa y yo, el resultado es penoso; pero cuando nos acompaña alguno de nuestros hijos o algún otro invitado, de manera que se pueda hacer un poco de armonía, puede ser muy agradable. Después de cantar algunos himnos, seguimos una de las lecturas antifonales que se encuentran al final del himnario. Finalmente cantamos el himno «No te olvides nunca del día del Señor» (Himnario adventista, ed. 2010, n° 543).
Después de los cantos, recitamos el mandamiento del sábado, oramos y empezamos a comer. Nunca adivinará cuál es nuestra comida especial del viernes por la noche... ¡Pizza! Mi mujer la confecciona con una base precocinada o, a veces, con un pan de pita redondo. Cuando vivíamos en el extranjero, para prepararla, tenía que partir de cero. Pero ahora reúne cosas de aquí y de allí, nada extravagante, difícil o caro, y las junta. Cuando nuestros hijos vienen a casa de visita esperan que el viernes por la noche coman la «pizza de mamá».
Por cierto, si se quiere, es posible hacer una pizza vegana. Después de la cena, nos sentamos juntos en la sala de estar y hablamos; algo para lo que, por lo general, no tenemos tiempo durante los otros días de la semana. Entonces celebramos un corto culto familiar y nos vamos a la cama. Así pasan la tarde y la noche del viernes para nosotros. Como ve, las tradiciones son agradables porque permiten que las ocasiones puedan ser muy especiales.
Unas palabras para las familias con niños: Si los niños tienen edad suficiente, permítanles que participen en el culto familiar. Todos pueden tener una Biblia y leer un versículo o dos. Luego canten un himno y continúen con una oración. Sería bueno que animaran a los niños para que cada uno dijera una oración. Cuando llegue el turno de los mayores para orar, no se alarguen demasiado y pidan cosas con las que los niños puedan estar familiarizados. En casa siempre cerramos el tiempo de oración recitando el Padrenuestro juntos. El culto familiar tendría que ser un momento interesante y alegre. Basado en Mateo 12:8.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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