Estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. Mateo 28:20
David sabía que su fuerte no era hablar en público, por eso se había preparado arduamente para su primer sermón. Cuando su turno llegó, una extraña sensación se apoderó de él. ¡No recordaba nada! Cuando al final pudo hablar, apenas alcanzó a decir: «Amigos, he olvidado mi sermón».
Con el tiempo, logró mejorar, pero no suficiente. Un autor escribe que la voz de David Livingstone era «pesada y monótona; y la presentación de sus sermones, terrible» (John D. Woodbrige, Ambassodors for Christ [Embajadores de Cristo], P.43).
Entonces conoció a Robert Moffat, un misionero que ejercería una enorme influencia en su vida. Moffat trató de animar a David, diciéndole que quizás Dios quería que fuese médico, no predicador. Pero David no era de los que se desanimaban fácilmente. Sería predicador, ¡y también médico!
Como resultado de sus conversaciones con Moffat, David decidió ir a la China, pero en ese tiempo el acceso a ese gran país estaba cerrado. Entonces le preguntó a Moffat qué le parecía la idea de ir al África. La respuesta de Moffat cautivó a David: «En ocasiones he visto, al amanecer, el humo de unas mil aldeas a las que ningún misionero ha ido jamás».
Eso fue todo lo que David necesitó para tomar una decisión. Propuso a la Sociedad Misionera de Londres que lo enviaran al África y, el 8 de diciembre de 1840, cuando tenía 28 años de edad, viajó como médico misionero. Allí sufriría toda clase de penurias. Fue víctima de constantes ataques de fiebre. En una ocasión enfermó de malaria. En otra habría sido destrozado por un león, si no hubiera sido porque un nativo alcanzó a intervenir.
¿Qué sostuvo a David Livingstone durante todos esos años? La respuesta la dio él mismo cuando, después de 16 años de ausencia, visitó la Universidad de Glasgow: «Lo que me sostuvo a pesar de tantas penalidades, y en medio de gente cuyo idioma no entendía, fue esta promesa de Jesús: "Estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo"» (Mat. 28:20).
Esta promesa es también para ti: no importa dónde te encuentres o qué circunstancias estés atravesando, Cristo estará a tu lado todos los días de tu vida hasta el fin del mundo. El ha empeñado su palabra... y la cumplirá.
Gracias, Jesús, porque eres fiel a tus promesas. Permanece a mi lado, ahora y siempre.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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