«Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2:5).
Todos somos piedras vivas de la casa de Dios. Asimismo, ninguno de nosotros es igual a nadie más. Con todo, ¿no deberíamos relacionarnos unos con otros como hijos del mismo Padre? A veces las piedras olvidamos que formamos parte de la iglesia de Cristo en la tierra.
- A algunas piedras les disgusta que no tengamos la misma forma, la misma medida o, lo que es peor aún, el mismo color. Están convencidos de que todas las piedras tienen que ser iguales, es decir, «como yo»...
- Hay a quienes les parece que están demasiado cerca unas de otras. No quieren que ninguna otra piedra llegue a tocarlos porque, si eso sucede, se sienten incómodos y se vuelven hipersensibles. Prefieren mantener la distancia.
- Otras piedras se consideran mejores que el resto.
- A algunas no les gusta el lugar que ocupan en el muro. Hace ya tiempo que son miembros y opinan que merecen un lugar mejor y más importante.
- Otras se vuelven frágiles y se quiebran con la menor tensión.
- Aún otras creen que el edificio ya es bastante grande y no ven la necesidad de añadir ninguna más.
- A algunas piedras no les gusta el diseño del edificio. Creen que está pasado de moda y se empeñan en ponerlo al día.
- Otras piedras no tolerarán el lijado y la limpieza que necesitan para encajar, por lo que se deslizan por la pared y se van del edificio por la puerta trasera. Son los «fugitivos».
Cómo ve, hay muchos tipos de piedras. Y yo me pregunto: ¿Qué tipo de piedra debo ser? ¿Qué tipo de piedra es usted? ¿Somos piedras útiles para el Señor? ¿Ocuparemos alegremente nuestro lugar en su templo?
Dos mujeres se encontraban en el mismo centro de convalecencia. Ambas había sufrido una embolia cerebral que las paralizó. A Margaret la embolia paralizó el lado izquierdo, mientras que a Ruth le afectó el lado derecho. Ambas eran excelentes pianistas pero habían arrojado la toalla porque estaban convencidas que jamás volverían a tocar. El director del centro las sentó ante un piano les sugirió que tocaran cada una un pentagrama. Así lo hicieron y, en consecuencia surgió una hermosa amistad. ¡Que ilustración más adecuada para presentar la necesidad de cooperación en la iglesia! Lo que resulta imposible para un solo miembro, si trabaja con armonía, quizá sea posible par dos o más. Basado en Mateo 21:42
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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