«Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas en la dudad» (Apocalipsis 22: 14).
Todos los padres responsables reconocen la dificultad de ejercer la autoridad que Dios les otorgó sobre sus hijos. El delicado equilibro que se requiere para ser a la vez duro y tierno es difícil de mantener. Muchos padres refuerzan el espíritu rebelde de sus hijos por ser demasiado autoritarios y rigurosos. Otros ceden ante el niño cuando este pone a prueba su autoridad.
Cuando un niño rebelde se resiste, la presión para ceder en aras de la convivencia pacífica y la armonía puede llegar a ser sobrehumana. Todavía recuerdo a aquella madre que quería tener siempre la última palabra pero no conseguía controlar la reyerta que estallaba cada vez que le decía no a su hijo. Después de un día especialmente difícil, levantando las manos al aire, gritó: «¡Sí, hijo, sí, haz lo que quieras! ¡A ver si ahora también me desobedeces!».
¿Alguna vez se ha comportado como ese niño? A veces no queremos obedecer de ningún modo. Peor aún, excusamos nuestra desobediencia diciéndonos que no somos más que seres humanos.
Quizá algunos se sorprendan, pero la desobediencia es imperdonable. Mire, si Dios tolerara la desobediencia de cualquier forma o en cualquier momento, el resultado sería la anarquía. Dios no tolera la desobediencia y tampoco entra en componendas con ella. Sin embargo, es misericordioso con los que desobedecen... de momento. No obstante, según se desprende de lo que sucedió antes del Diluvio, en palabras del propio Dios leemos: «No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre» (Gen. 6:3).
La desobediencia es la raíz de todo pecado y miseria. El objetivo de la salvación es arrancar esta raíz del pecado y devolvernos a nuestro destino original; es decir, a una vida de obediencia.
La obediencia era la condición para vivir en el Edén. Y, por cierto, también es la condición que deberán cumplir aquellos que quieren vivir en el paraíso restaurado. Apocalipsis 22:14 dice: «Bienaventurados los que lavan sus ropas para que puedan tener derecho al árbol de la vida».
La obediencia a su Padre fue el motivo recurrente de la vida de Jesús en la tierra. Se refirió a la obediencia de manera extraordinaria. El dijo: «Padre, quiero hacer lo que tú quieras que haga» (ver Heb. 10:9). Este es el modelo de obediencia que debemos seguir. ¿Por qué no se decide a vivir siguiendo la voluntad de Dios? Basado en Lucas 6:46
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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