Los que confían en el Señor son inconmovibles; igual que el monte Sión, permanecen para siempre. Salmo 125: 1
¿Listo para una nueva adivinanza? Esta es más fácil que la de ayer: ¿Cuál es la única parte del cuerpo que no se cansa nunca, no importa cuánto se ejercite? La respuesta es, por supuesto, ¡la lengua!
Si leíste el relato de ayer recordarás que hablamos de la forma dura en la que María y Aarón criticaron a Moisés, su hermano. Se molestaron porque Moisés no los tomó en cuenta en algunas decisiones y, sin medir sus palabras, arremetieron contra él (ver Núm. 12). Los ataques personales siempre hacen daño, pero nunca duelen tanto como cuando provienen de un ser querido. ¿Te ha pasado a ti? Un amigo, una amiga, hace o dice cosas contra ti que jamás podrías haber imaginado. Una calumnia, una falsa acusación... y el resultado obvio es dolor de corazón ¿Qué es aconsejable que hagas en esos casos?
¿Qué hizo Moisés? Sorprendentemente, nada. Pero, ¿adivina quién sí hizo algo? Dios «se enojó mucho» con María y Aarón (Núm. 12:9). Rápidamente los reunió y los puso en su sitio:
«Escuchen esto que les voy a decir: Cuando hay entre ustedes un profeta de mi parte, yo me comunico con él en visiones y le hablo en sueños; pero con mi siervo Moisés [...] hablo cara a cara y en un lenguaje claro. Y si él me ve cara a cara, ¿cómo se atreven ustedes a hablar mal de él?» (Núm. 12:6-8).
¡Tremendo regaño! Sin embargo, el asunto no quedó ahí. Cuando Dios se alejó, María (quien había llevado la voz cantante en la rebelión), quedó leprosa.
¿Y adivina quién oró por ella para que Dios la sanara? ¡Moisés! Y Dios la perdonó, pero primero tuvo que pasar siete días fuera del campamento (vers. 13-15). Como bien sabes, el pecado siempre deja consecuencias.
En todo este asunto hay una preciosa lección. Cuando seas objeto de críticas injustas o de calumnias, no te rebajes al nivel del que te ataca. Al igual que Moisés, limítate a dejar el asunto en manos de Dios, tu Padre celestial. Fiel a su promesa, él «vendrá en tu ayuda». Y tarde o temprano, «hará brillar tu rectitud y tu justicia como brilla el sol de mediodía» (Sal. 37:6).
Padre celestial, sé tú mi defensor cuando injustamente sea criticado o calumniado.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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