«Porque de por sí lleva fruto la tierra: primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga» (Marcos 4:28).
Mi esposa y yo vivimos en el centro de Florida, donde es fácil tener un jardín. Aunque yo plante flores, no soy yo quien las hace crecer, sino Dios. Sin embargo, el modo en que me ocupo de ellas es un factor determinante en su crecimiento y su supervivencia.
Algunos dicen que cuando entregamos el corazón a Jesús ya no tenemos que preocuparnos por nada más. Sin embargo, eso sería como decir que si queremos que las petunias crezcan, basta con que las clavemos en el suelo y no hagamos nada más. Eso no es así... Mientras el Espíritu Santo obra en nuestra vida nosotros tenemos que cooperar con él. No obstante, hay quienes quieren ir más deprisa que el Espíritu Santo.
En cierta ocasión, un hombre que se había convertido al cristianismo hacía apenas seis meses me llamó por teléfono. Estaba lleno de celo. Por fortuna, en aquella experiencia de nuevo nacimiento, gozaba del apoyo de su familia. Había oído decir que es mejor vivir en el campo, por lo que su pregunta era si era conveniente que renunciara a su trabajo para abandonar la ciudad. Estaba completamente inmerso en su nueva fe y ansiaba vivirla hasta sus últimas consecuencias.
Quizá usted no esté de acuerdo con mi consejo, pero le sugerí que levantara el pie del acelerador y permitiera que su nueva vida en Cristo alcanzara su corazón y sus pensamientos. No debemos olvidar que es preciso alimentar la nueva vida en Cristo. Para que crezca sana, una planta debe disponer de unas buenas raíces. No es extraño que los nuevos cristianos no hayan desarrollado todavía unas raíces espirituales sanas porque para ello se precisa tiempo.
Un bebé nace en un día, pero necesita muchos más para madurar. La Palabra de Dios nos dice que debemos crecer en la gracia (2 Ped. 3:18). En la parte de atrás de mi casa cultivo un pequeño huerto. Planté espinacas. La semilla es muy pequeña y cuando las plantas brotan del suelo son como cabellos. Tengo que asegurarme de que disponen de agua y abono suficientes. Al cabo de seis semanas, si me ocupo de ellas, ya estarán maduras. Del mismo modo, si cooperamos con el Espíritu Santo, nuestra vida espiritual crecerá y se desarrollará. Basado en Marcos 4:28,29
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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