Me mostrarás el camino de la vida. Hay gran alegría en tu presencia; hay dicha eterna junto a ti. Salmo 16:11.
No importa qué edad tenga, todo ser humano sueña alguna vez con convertirse en un héroe, una heroína. Niños, jóvenes, adultos: todos acariciamos el ideal de ser héroes algún día. ¿Por qué es así?
Un escritor llamado William Kilpatrick opina que detrás del deseo de cada ser humano de convertirse en héroe hay un deseo mayor: el de ver su vida como una historia, un relato, en pleno desarrollo (Why Johnny can´t tell right from wrong [Por qué Juancito no puede distinguir el bien del mal], p. 191). Una historia con un inicio, una trama y un desenlace. Algo así como un viaje, una aventura, en la que nos vemos a nosotros mismos avanzando hacia un final feliz.
Lo que este escritor dice tiene sentido. ¿Quién imagina su vida en términos matemáticos? Nadie. La imaginamos como una historia de la que somos dueños y que es muy especial por al menos dos razones. Usemos como ejemplo tu historia.
En primer lugar, tu historia es especial porque eres, a la vez, el autor y también el protagonista. Como autor, te corresponde a ti escribir en cada capítulo lo que otros leerán de ti. Y también te corresponde decidir el papel que desempeñarás como personaje central del relato: ¿Serás héroe o villano?
En segundo lugar, la historia de tu vida es especial porque, por muy disparatada y a veces enredada que parezca, tiene sentido. No es una colección de episodios producto del azar. No. Allí nada sucede por casualidad. Hay leyes, hay orden, hay propósito. Siembras bondad, cosechas bondad. Siembras maldad, cosechas maldad. Causa y efecto. Nada es casual. Todo es causal.
¿Qué se escribirá en esta nueva página de tu historia que se abre hoy? Dentro del gran plan de Dios para tu vida, él ha puesto a tu disposición todo lo que necesitas para que el capítulo de hoy sea mejor que el de ayer. Aún más, ha hecho los arreglos para que la historia de tu vida termine como él la planificó para ti: con un final feliz.
Para ello, tengo una sugerencia. Siendo que en tu historia ya eres el autor y también el protagonista, ¿qué tal si permites que Dios sea el director?
Padre celestial, sé tú el director de la historia de mi vida.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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